EL ARTE DE LA FOTOGRAFÍA



"Fotografiar es poner en el mismo punto de mira la cabeza, el ojo y el corazón. Es una forma de vida." Estas palabras del famoso fotógrafo francés Henry Cartier-Bresson, uno de los fundadores de la famosa agencia Magnun de fotografía en 1947, definirían a la perfección lo que para mí es la fotografía. Cuando vas a captar una imagen con tu cámara, el pensamiento, la mirada y el sentimiento se combinan hasta el punto de que es difícil muchas veces saber qué porcentaje hay de cada uno de ellos en la toma. Si falla el pensamiento, la técnica fotográfica se resiente, y si es el sentimiento lo que falta, por muy buena que sea la fotografía, ésta no deja de ser algo frío, sin alma, sin historia. Pero si en definitiva es la mirada lo que falta, falta todo, y entonces ni la fotografía es buena técnicamente hablando, ni hay detrás de ella una historia que contar.

Estas fotografías se aderezan, en su columna central, con un apartado dedicado también a la creación, pero en este caso, a la creación literaria, Se trata de algunos relatos, y en alguna ocasión también algún poema, que mantienes una cosa en común: aunque algunos de ellos han sido premiados en diferentes certámenes literarios, y en ocasiones pueden haber sido publicados en diferentes revistas y periódicos, la mayoría de ellos son inéditos, escritos después de mi único libro de cuentos, "Tratado de los espejos".

Finalmente, en la columna de la derecha, he querido presentar al lector algunos vídeos del portal de Youtube que he creído interesantes, o al menos , forman parte de mis intereses personales y estéticos. Al contrario de lo que pasa con las otras dos columnas de la página, ninguno de ellos han sido realizados por mí, pero me parece interesante compartirlos en la página. Estos videos están agrupados en diferentes apartados.

Así, en la parte superior se agrupan los vídeos más intimistas, y en ella se incluyen algunas interpretaciones del genial músico conquense Arturo Martínez Barambio, amigo mío además de excelente guitarrista, así como diferentes colaboraciones con la asociación Bailando la Vida, en beneficio de diferentes iniciativas de carácter benéfico, principalmente en apoyo de la lucha contra el cáncer de mama.

Las siguientes secciones corresponden a otros aspectos igualmente de mi interés personal: diferentes video-mappings proyectados sobre algunos monumentos conquenses, catedral y ayuntamiento; vídeos promocionales de Cuenca o de su Semana Senta, o vídeos históricos, destacando en este sentido la película que el destacado director y realizador de cine Carlos Saura realizó sobre Cuenca en 1958. Relacionado con este tema está también el siguiente apartado de la columna, dedicado a visualizar algunas escenas de diferentes películas, españolas y extranjeras, que al menos en parte, fueron rodadas en Cuenca o su provincia; lógicamente, no se van a exponer las películas completas, sino una selección de sus escenas más íntimamente ligadas con nuestra geografía, primando además, por otra parte, aquellos aspectos que mejor describan el argumento o las características del filme. Finalmente, se aportará también algunas grabaciones sobre el pueblo de Navalón.



viernes, 12 de febrero de 2021

El hombre alterno

 

La primera vez que le sucedió fue cuando intentaba introducir un paquete nuevo de folios dentro del estómago de la impresora. Levantó la carcasa que intentaba proteger, sin conseguirlo, del polvo el mecanismo interior del aparato, y entonces, en el momento en que sus manos se posaron en los dos extremos de la tapa de plástico, notó como la corriente eléctrica se abría paso por las terminaciones nerviosas de su cuerpo, como si se tratara de una culebrilla que estuviera acariciándole las yemas de los dedos. Fue una sensación extraña, cercana a un dolor leve y pasajero, pero él entonces no le dio importancia. Dejó los folios sobre la bandeja de la impresora, cerró la tapa, y se dispuso a imprimir el documento que había seleccionado sobre la pantalla del ordenador.

            Aquella sensación se fue repitiendo también en los días siguientes, y aunque al principio era sólo de manera esporádica, muy de vez en cuando, llegó un momento en el que los calambres eran casi diarios. Unas veces era al poner los dedos sobre alguna pieza metálica de la contadora de billetes. Otras veces era cuando rozaba alguna de las partes del ordenador, o de cualquier otro aparato que estuviera conectado a la red eléctrica. Llegó un momento en el que ni siquiera era necesario que estuviera cerca de cualquiera de esos aparatos; bastaba con que alguno de sus compañeros le tocara con sus manos para que  él sintiera como la corriente eléctrica que viajaba por su cuerpo le invadía también al otro con su fluido invisible de átomos y protones. Incómodo con la situación en la que se encontraba, llegó a solicitar del departamento de mantenimiento que los técnicos revisaran toda la instalación eléctrica de la oficina en la que trabajaba, pero cuando estos levantaron las baldosas que cubrían el suelo, nadie fue capaz de encontrar cualquier defecto de los cables que pudiera haber provocado todo eso que desde hacía unas semanas a él le venía sucediendo. Volvieron a cubrir el suelo, y aquellos fenómenos extraños se siguieron repitiendo una y otra vez.

            Pero su situación empezó a agravarse cuando se dio cuenta de que se había convertido en algo parecido a un acumulador eléctrico andante. Fue una noche cualquiera, en la que había llegado a su casa un poco más tarde de lo normal, tomando una copa tras otra en un pub en el que se podía disfrutar de música en vivo. Cuando abrió la puerta de la casa, todas las luces de la habitación de la entrada se encendieron, no sólo esa pequeña lucecita del aparador que estaba conectada mediante una pequeña bolita de acero al borde de la puerta. Luego, conforme se iba adentrando por cada una de las habitaciones, todas las lámparas se fueron encendiendo, permaneciendo de esta forma, incandescentes, hasta mucho tiempo después de que hubiera abandonado cada una de ellas.

            La primera vez que le había ocurrido aquello, él se había asuntado mucho, como nunca antes se había asustado. ¿Qué fenómeno extraño, desconocido, lo tenía poseído? ¿Cómo influiría aquella situación en cada una de las células de su cuerpo? Sin embargo, pensó después que podría aprovechar la oportunidad que se le daba de sentirse distinto en algo. Creyó que toda la electricidad que se había ido acumulando en el mapa de su cuerpo le hacía diferente al resto de los hombres, como esos superhéroes que habitaban en los comics  que tanto le había gustado leer hacía algunos años, durante su adolescencia. Llegó a pensar que poder encender el aparato de televisión sin necesidad de apretar la clavija del interruptor podría depararle ciertas ventajas, y además, ya no debía preocuparse porque se le acabaran las pilas que alimentaban la radio que tenía cerca de la cama, sobre la mesita de noche. Sí, decididamente era una persona diferente. Sólo tendría que aprovechar los recursos que le ofrecía toda esa electricidad acumulada debajo de su piel para ser feliz y ayudar a los demás a que también lo fueran.

            Lo peor sucedió una fría mañana de invierno cuando, al despertarse, se dio cuenta de que su rostro estaba ahora surcado por un mapa profundo de arrugas; era como si la corriente alterna hubiera pasado aquella noche por allí, y que al hacerlo, hubiera ido quemando todas las células que tocaba, hasta hacerlas desaparecer por completo. Intentó levantarse de la cama, pero notó como las fuerzas le fallaban, tanto que no pudo evitar que sus rodillas golpearan con rudeza contra el suelo de la habitación. Como pudo se arrastró de nuevo hasta la cama, y entre las sábanas vio como llegaba poco a poco su propio final. Era desesperante sentir como se iba apagando, como un aparato de radio que se va quedando sin corriente, con la voz del locutor desde el otro lado de las ondas muriéndose, haciéndose inaudible a los oyentes.

            En el preciso instante en el que sus ojos se cerraban para siempre las luces de la habitación, que habían permanecido encendidas durante todo ese tiempo que había durado su agonía, sumiéndolo todo en las tinieblas, en esa oscuridad que siempre es el reflejo de la muerte.

sábado, 6 de febrero de 2021

Una segunda oportunidad

 

            Mientras contemplaba con sus ojos cansados el líquido negruzco que llenaba aquel vaso que tenía delante de él, mientras miraba los destellos que desde el interior de ese vaso creaban aquellos dados transparentes de cristal, como si se tratara de pequeños icebergs flotantes en un océano sombrío de cola-cola y ron, Sergio pensaba en  un instante lejano de su propio pasado. Se sentía extraño en aquel ambiente limpio, demasiado tranquilo a pesar de las voces que se repetían insistentes por todo el local. Le gustaba más en los tiempos antiguos, cuando los bares estaban sometidos a un paisaje acre de niebla espesa, provocada por el exceso de humo, cuando todo olía a tabaco mal quemado y a noches en vela. Ahora, sin embargo, los bares sólo olían a fritanga y a comida recalentada o, cuando se trataba de bares de copas como ése en el que ahora se encontraba,  a sudor y a olvido.

            Aunque lo intentaba, sumido entre la bruma del alcohol y el ruido de la música, demasiado alta, que nacía de los altavoces, Sergio no era capaz de olvidarse de Eva, aquella diosa de cuerpo casi perfecto, hermosa como las olas del mar, que había descubierto hacía ya muchos años, en un local como aquél, cuando los bares eran todavía nubes pesadas de humo y de sudor compartido. La descubrió en la pequeña pista de baile de aquel local nocturno, que desde entonces tantas veces había visitado y que ahora se le antojaba ajeno del todo a su pasado, moviendo su cuerpo al ritmo de la música. En aquel momento, ya no pudo dejar de mirarla. Desde aquella noche tan lejana Eva no dejó de acompañarle, con su cuerpo sinuoso y con su alma. Compartió con Sergio muchas noches como esa, hasta que un día, una semana antes de esa noche singular en la que Sergio se vio atrapado otra vez en la niebla espesa del alcohol, ella le dijo que debían dejarlo. Se lo dijo así, sin esperarlo, sin darle ningún motivo para ello.

-  No es bueno beber solo. Cuando se bebe en soledad, el alcohol hace como una especie de argamasa en el estómago, y ya es demasiado difícil apartarse de él… A estas horas ya no quedan apenas clientes en el pub, así que, si lo prefieres, puedo hacerte un poco de compañía.

Sergio rehusó las palabras, apenas con un gesto de su mano, y la compañía de la joven camarera. La mujer era morena, casi tan morena como Eva le había parecido en aquella pista de baile tan lejana, y alta, tan alta como aquella diosa de la danza se le había mostrado entonces entre las notas de un merengue. La verdad, ahora que él por primera vez se había detenido a contemplarla con más detenimiento, aquella joven se parecía tanto a Eva que el recuerdo de su novia había vuelto a congelarse en su memoria. Y sin embargo, la chica tampoco tenía ninguna culpa de que él no se encontrara en uno de sus mejores momentos.

La chica no demostró en ningún momento que la negativa de Sergio pudiera haberle molestado. Con su ofrecimiento, ella tan sólo había querido ser amable, pero comprendía que, algunas veces, los clientes que habían llegado a aquel estado en el que el joven parecía encontrarse creaban delante de su alma una coraza que les protegiera de todo lo que sucedía alrededor de ello. Mientras Sergio continuaba en silencio, ella siguió fregando algunos vasos que acababa de retirar de la barra de mármol.

-  Perdona. No he querido ser descortés. Puedes tomarte una copa conmigo, desde luego, si aún piensas que mi compañía no va a ser demasiado aburrida para ti; yo te invito.

-  De eso nada. Los camareros aún podemos de vez en cuando invitar a algún cliente que nos parezca interesante.

La chica cogió entonces uno de los vasos que estaban en el mostrador que tenía a su espalda y lo llenó con un líquido transparente de color dorado; “el güisqui es para mí como el oro líquido”, le había dicho ella mientras llenaba el vaso. Durante unos veinte minutos estuvieron conversando sobre diversos temas intrascendentes, y Sergio se dio cuenta de que en este tiempo el nivel del líquido iba disminuyendo poco a poco en el interior del vaso de cristal. Y al final, cuando el vaso ya estaba prácticamente vacío, el local también se había quedado solitario, tan solitario como un paisaje nocturno de sombras y silencios.

-  Ahora tú puedes invitarme si quieres a una nueva copa, pero tendrá que ser en un lugar diferente, un lugar al que no puedan tener acceso los recuerdos dolorosos.

Los dos jóvenes abrieron la puerta del local y salieron a la calle. Ya en el exterior, Sergio se dio cuenta de que no conocía nada de la mujer que caminaba a su lado.

-  Ni siquiera sé cómo te llamas, y ya se puede decir que formas parte de mí; si no de mi pasado, si al menos de mi presente.

-  ¿De verdad crees que importa tanto el nombre con el que los otros nos conozcan? En ese cao, puedes llamarme Eva.

Por un instante, Sergio se quedó petrificado. ¿Estaría aquella mujer gastándole una broma pesada? ¿Habría sido todo ello fruto de una curiosa casualidad? Cuando la chica le cogió de la mano, él empezó a sentirse ya un poco mejor. Después, muy despacio, los dos fueron adentrándose entre las sombras de la noche.

 

lunes, 25 de enero de 2021

El caso del falso mendigo

 

El inspector Picavea había llegado a la casa de su ya viejo amigo hacía unos pocos minutos, y los dos hombres se hallaban ya conversando de manera pausada alrededor de sendas tazas de té. Normalmente, al experto policía no le gustaba demasiado el sabor de aquel líquido amarillento, cuyo color y aspecto le recordaba demasiado a una cerveza caliente sin nada de fuerza, o incluso a algún otro tipo de líquido no demasiado agradable para su consumo; prefería el sabor amargo pero delicioso de una taza de café con poco azúcar. Pero sabía que al detective le gustaba más el té que el café, y cuando estaba en su casa, por lo menos en algunas ocasiones, solía tomar un poco de esa bebida de color dorado para acompañarle. No obstante, intentaba disimular su sabor ácido con abundantes cantidades de leche bien fría. Aquella mañana había acudido a la casa de Jamete con el fin de relatarle algunos detalles del último caso que tenía entre manos, un caso que en apariencia estaba a punto de ser resuelto por sus compañeros, pero que aún tenía algunos cabos sueltos que a él todavía le intrigaban.

-                   Como te digo, hace tres o cuatro días fue encontrado muerto en el interior de un cajero automático de una entidad bancaria del centro de Madrid un hombre, un mendigo de edad mediana que vivían en compañía de otros mendigos en un edificio abandonado de la zona sur de la ciudad. No se trata de un simple ocupa, pues ese edificio se encuentra abandonado desde hace ya muchos años y nadie ha reclamado su propiedad en los últimos tiempos. Se trata pues simplemente de un simple espacio en el que poder combatir el frío de la noche. El cuerpo de ese hombre apareció quemado, y algunos testigos presenciales nos han informado que vieron a un joven con la cabeza rapada arrojar una botella con líquido inflamable en el cajero en el que el mendigo estaba pasando aquella noche. Incluso uno de los testigos fue capaz de identificar a ese joven en las fotografías de que disponemos en el archivo de la comisaría, y gracias a esa identificación mis compañeros fueron la noche pasada a detenerle, y ahora mismo se encuentra detenido en los calabozos de la jefatura y a punto de pasar a disposición judicial. Además, y para aclarar más las cosas, ese joven cuenta con algunos antecedentes policiales, por violación y también por propinar palizas a inmigrantes, sobre todo a negros y a sudacas.

-                   Bien. Parece que el caso lo tienes ya resuelto. No entiendo entonces en qué podría yo ayudarte.

-                   Es que hay algunas cosas en el relato oficial que no concuerdan demasiado, empezando por el hecho de que el detenido ha negado en todo momento su participación en el asunto.

-                   ¿Y tú le crees? No conozco todavía a ningún asesino que desde un primer momento, así, sin ninguna presión por parte de la policía, haya confesado su relación con un crimen. A vosotros os corresponde presionarle un poquito para hacerle cambiar su declaración y obligarle a que confiese.

-                   Tienes razón, hasta el punto de que también yo estoy seguro de que ese joven ha cometido el crimen del que se le acusa. No en vano, como ya te he dicho, ha sido reconocido por algunos testigos, Sin embargo, algo que dice que no estamos ante un crimen normal, de esos que están relacionados sólo con aspectos de carácter ideológico o racista, y que suelen cometer siempre los defensores de las ideologías extremistas, de un lado o de otro. Algo me dice que existe una motivación más profunda en este asesinato. Por una parte, ¿qué hacía ese hombre durmiendo dentro de un cajero en el centro de la ciudad, tan lejos de la zona en la que él solía pasar la noche en compañía de otros mendigos solitarios? Por muy cómodo que fuera ese cajero, que no creo que lo fuera, siempre se encontraría mucho más caliente, más seguro, en el interior de ese otro edificio, por más que se trate de un edificio abandonado. ¿Qué le hizo alejarse de allí precisamente aquella noche?

-                   Quizá había estado pidiendo limosna en ese barrio y la noche le sorprendió. Quizá no se atrevió a regresar tan tarde hacia aquella parte de la ciudad en la que solía pasar la noche, o estaba demasiado cansado para hacerlo. Quizá, incluso, había discutido aquel día con alguno de los otros mendigos que también dormían en el edificio. Esos hombres son muy suyos con lo poco que tienen, y en ocasiones, en demasiadas ocasiones, el trato con ellos es un poco, cómo diríamos, difícil.

-                   Quizá tengas razón, y sea sólo que estoy viendo fantasmas donde apenas hay simples casualidades. Pero es que además yo mismo recogí dentro de ese cajero automático algunas pistas que no concuerdan demasiado con esa teoría del crimen ideológico. Se trata de dos objetos que habían sido introducidos instantes antes del asesinato en el interior de la papelera que algunas veces utilizan los clientes del banco para arrojar los recibos de las operaciones que realizan en el cajero. Uno de esos objetos es una llave, una de esas llaves que parecen corresponder a la caja de seguridad que hay en algunas oficinas bancarias. Sin embargo, hemos preguntado en esa oficina en la que el hombre ha sido encontrado muerto si ellos disponen de ese tipo de cajas de seguridad, y si la llave encontrada en la papelera podía ser de una de sus cajas, pero ellos lo han negado todo. Se trata de una oficina de tamaño mediano, y según me dijo su director, esas cajas de seguridad suelen estar en otras oficinas más grandes.

-                   Por supuesto. ¿Para qué querría un simple mendigo la llave de la caja de seguridad de un banco? ¿Qué podría querer guardar en un sitio así? –al policía, las palabras de Jamete le seguían pareciendo todavía irónicas, como si lo que estuviera haciendo fuera burlarse de él. Sin embargo, algo en su interior estaba empezando a transformar las sensaciones que el detective estaba sintiendo; a un hombre como él, enamorado de los misterios, la posibilidad de encontrar respuestas a una situación que en apariencia estaba tan clara había empezado a interesarle.  En silencio, en un silencio casi absoluto que apenas rompía para hacer algunas exclamaciones como aquélla, siguió escuchando el relato de Picavea.

-                   El otro objeto es más misterioso todavía; se trata de una fotografía. En ella pueden verse tres personas, dos hombres y una mujer. De las dos mujeres una es joven, como de unos veinte años, y la otra presenta esa edad indeterminada que algunas mujeres suelen presentar cuando llegan a la madurez, quizá unos cincuenta años, aunque también podría tener tanto los cuarenta como los sesenta años. El hombre también podría tener aproximadamente esa misma edad. Yo creo que se trata de una familia normal, un matrimonio con su hija. Al principio no entendíamos por qué un mendigo solitario podría tener en su poder la fotografía de una familia aparentemente feliz, pues es la felicidad lo que se desprende de esa imagen, de una de esas familias de clase media que tanto abundan en esa zona de Madrid en donde se cometió el crimen, hasta que nos dimos cuenta de una cosa que en un primero momento nos había pasado desapercibida. Al estudiar bien la fisonomía del caballero que aparece en la fotografía nos dimos cuenta de que ese hombre que aparecía sonriente, rodeado de su familia, era el propio mendigo, aunque en la imagen en la fotografía encontrada por la policía aparecía bien vestido y con el rostro cuidadosamente afeitado, y la sonrisa que él mismo mostraba a la cámara hacía ver que él era todavía un hombre feliz, que aún no había sucedido ese hecho que, fuera lo que fuera lo que le había pasado, había transformado su vida por completo. Hemos intentado localizar a la familia de la fotografía, que sin duda es también la familia del mendigo, pero nos ha resultado imposible hacerlo, al menos por el momento.

Cuando el policía terminó de hablar, Jamete le miró a los ojos. Había comprendido lo que el otro quería decirle. Había comprendido la prisa que el inspector tenía para poder dar respuestas a aquellas preguntas, antes de que el caso se diera por cerrado definitivamente. Corría el riesgo de que ese caso se cerrara en falso, si acaso era verdad, como el otro había insinuado, que más allá de su aparente claridad había algún asunto más importante y oculto, y entonces prometió ayudarle.

-                   Verás  lo que vamos a hacer. Encargaré a Nicoletta que haga por ahí algunas indagaciones en los suburbios de la ciudad. Mientras tanto, tú puedes seguir investigando el asunto de la llave y de esas dos fotografías. Quizá con un poco de suerte podamos averiguar qué es lo que ocurrió en la vida de ese hombre que le hizo cambiar su vida de forma tan drástica.

 

Después de que los dos hombres se hubieran despedido, Jamete llamó a la chica que trabajaba para él como doncella, pero también como secretaria e incluso como ayudante en algunas de sus investigaciones, y le hizo dos encargos relacionados con el asunto del mendigo asesinado en el cajero automático. Por una parte, debería investigar en los suburbios del sur de Madrid, preguntar a los otros mendigos que convivían con él en aquel edificio abandonado, hacer indagaciones en la vida anterior de ese hombre, en los miedos que podrían asolarle por las noches, cuando la oscuridad y el silencio invadía todos los rincones de su alma. Y por otra parte, y aquella parte del trabajo resultaba mucho más peligrosa que la otra, también debería investigar sobre el detenido en los ambientes más transitados por las bandas de neonazis y de extremistas de izquierda, que en aquellos tiempos estaban empezando a invadir diversas zonas de la ciudad. Al día siguiente, la joven rumana ya estaba otra vez en el despacho de su jefe, preparada para darle al detective un primer informe oral de todo lo que había descubierto la tarde anterior.

-                   En primer lugar he de decirte que el fallecido no era demasiado conocido entre el grupo de los mendigos; por lo menos, pocos son los que han querido contarme alguna cosa de su vida, aunque en realidad eso tampoco es extraño en absoluto. Ya sabes que los mendigos son reservados y no suelen contar demasiadas cosas respecto de su vida anterior. Sin embargo, uno de mis informantes me ha asegurado que las reservas que mostraba ese hombre no eran las propias de los otros mendigos, que había alguna cosa que verdaderamente le asustaba aunque nunca quería hablar sobre ello. El hombre asesinado parecía estar escondiéndose de algo o de alguien en aquel edificio abandonado.

-                   ¿Es eso cierto? ¿Quieres decir entonces que la víctima sólo estaba allí para evitar que fuera encontrado por alguien que andaba persiguiéndole?

-                   Al menos así parece demostrarlo la información que me ha dado una persona con el que me he entrevistado esta misma mañana. En cualquier caso, lo que sí está claro es que ese hombre no se relacionaba demasiado con los otros mendigos. Además, parece ser que el lenguaje que él empleaba no era el propio de un mendigo, que utilizaba una terminología demasiado culta, y sus maneras eran también bastante refinadas. Entre el resto de los mendigos se comentaba que ese hombre había tenido hasta hacía poco tiempo una vida muy diferente, mucho más cómoda y elegante que la que tenía en las últimas semanas. Y ahora viene lo más interesante… Algunos de ellos me han asegurado también que, según se decía por la zona, el hombre asesinado había trabajado antes en algún periódico, y que a consecuencia de ese trabajo había tenido acceso a algunos documentos de gran relevancia que habían puesto en serio peligro incluso su vida.

-                   Eso que me dices es bastante interesante, aunque también he de decirte que esos informantes tuyos parecen saber demasiadas cosas de la vida de la víctima para tratarse de una persona tan cerrada y reservada como él, según ellos mismos te han confesado. ¿Qué crédito les das? ¿No se tratará acaso de las simples exageraciones que suelen surgir cuando se produce un hecho de estas características?

-                   Puede ser, pero ni siquiera estoy segura de que esos hombres sepan ya que su compañero ha sido asesinado. Creo que en todo caso deberíamos investigar un poco, repasar las noticias publicadas en las últimas semanas, preguntar a otros periodistas, aunque desde luego debemos hacerlo con mucho cuidado, con el fin de no levantar sospechas en el sector. Quizá ese secreto del que me han hablado haya sido lo que le obligara a esconderse. Si ese hombre se sentía aterrorizado por algo que sabía, quizá intentó esconderse bajo el disfraz de un pobre mendigo… Pero es que además falta lo mejor de todo: por allí se decía también que el hombre había escondido en algún lugar ciertos documentos importantes que podían demostrar todo eso que había descubierto durante su trabajo en el periódico, documentos que incriminaban a alguna persona importante. Creo que debemos intentar averiguar quién puede ser esa persona importante.

-                   Bien. Parece ser que nuestro buen amigo Picavea puede tener razón. Parece ser que hemos averiguado los motivos que obligaron a ese hombre a ocultarse, y quizá también a esconder sólo unos segundos antes de ser asesinado la llave que escondían todos sus secretos. Lo que tenemos que hacer ahora es intentar encontrar la caja a la que pertenece esa llave, y cuando lo hagamos tendremos resuelto el enigma. De los documentos que podamos hallar en su interior podremos deducir quién es la persona de la que ese hombre pretendía huir y, quizá, quién es el verdadero autor intelectual del asesinato, aquél que le ordenó al detenido matar al mendigo… Cambiando de tema, ¿cómo va el otro asunto que te encomendé?

-                   Precisamente esta tarde tengo una entrevista con un hombre que me puede contar alguna cosa relativa a ese joven detenido. Se trata del cabecilla de una banda de neonazis. He quedado con dos de sus hombres en un bar de la calle Carretas. Después, ellos me conducirán hasta el lugar donde su jefe estará esperándonos.

-                   No quiero que vayas allí, y menos sola. Ese encuentro puede resultar demasiado peligroso, sobre todo para una chica indefensa como tú, que además no es ni siquiera española; recuerda que a esos hombres no les gusta demasiado los extranjeros… Perdona, no quiero que me malinterpretes. Es sólo que los inmigrantes no suelen ser del agrado de ese tipo de personas.

-                   ¿Y quién crees tú que podría acompañarme? Además, no estoy muy seguro de que esa fuera una buena idea. Si me ha autorizado a encontrarme con él, ha sido porque le he asegurado que voy a ir sola. Ese tipo de hombres, además de tener marcadas tendencias racistas, suelen ser bastante desconfiadas. Entiendo lo que me quieres decir, pero considero que no tienes de qué preocuparte. A esos hombres les preocupan más los moros, los negros, los latinos incluso, que las chicas rubias con aspecto nórdico como yo.

                                   Mientras Nicoletta le hablaba, Jamete no pudo por menos que detener su mirada durante un instante en el cuerpo de la chica, mientras pensaba que a fin de cuentas ella tenía razón. Desde luego, Nicoletta era una mujer hermosa, con ese aspecto tan escandinavo, tan puramente ario como tenía. Casi perdió el hilo de la conversación al comprobar que hasta ese momento no se había dado cuenta de lo guapa que era ella, que cegado como estaba con casos criminales y problemas difíciles de resolver, nunca antes había mirado a Nicoletta con otros ojos que no fueran los ojos de la mente. Intentó concentrarse en las palabras de la chica mientras ella seguía hablándole:

-                  Te prometo que no me pasará nada. Y además, si me viera obligada a tener que defenderme voy a llevar escondido a este buen amigo –y le enseñó a su jefe uno de esos espráis inmovilizadores que suelen llevar algunas mujeres para evitar que sean atacadas por la noche-. Llevaré también este localizador que está directamente conectado a tu ordenador de sobremesa. Así sabrás en todo momento el lugar donde me encuentro, y en el caso de que fuera necesario, podrías mandar a alguien a buscarme.

-                   Está bien, pero esa pequeña arma inofensiva no podrá defenderte en el caso de que ese hombre, o alguno de sus secuaces, intentara hacerte daño. Te dejaré que vayas allí con una condición: irás a ese encuentro acompañada…

-                   Creo que ya hemos hablado sobre eso.

-                   No me refiero ahora a que debas ir acompañada de una persona concreta, sino de un objeto que te voy a dejar –Daniel Jamete había pronunciado aquellas últimas palabras con una voz demasiado misteriosa a la que Nicoletta aún no se había acostumbrado. Mientras abría el cajón central de su escritorio y sacaba de él un objeto metálico y pesado, el detective siguió hablando.- Sabes de sobra que no me gustan las armas, pero en nuestra profesión algunas veces es necesario utilizarlas, sobre todo cuando estás a punto de encontrarte con hombres peligrosos. Quiero que guardes en el bolso esta pistola, pero no quiero que la saques a no ser que ello sea absolutamente necesario. El cargador está lleno de balas, y está preparado también un proyectil más dentro del cañón; pero la pistola tiene ahora accionado el seguro, para evitar que ese proyectil pueda dispararse de forma accidental. Acuérdate de quitarle el seguro antes de que vayas a encontrarte con tu informador, y a partir de ese momento, recuerda, no debes poner por nada del mundo el dedo en el gatillo a no ser que estés preparada para disparar.

Nicoletta, sin poder evitar un gesto de nerviosismo, casi sin mirarla siquiera, guardó dentro de su bolso el arma que el otro le había alcanzado: Jamete le había gestionado meses antes una licencia de armas, para el caso de que ella se viera obligada en algún momento a utilizar una pistola, pero ella nunca había tenido hasta entonces necesidad de hacerlo.

 

Tal y como ella le había prometido al detective, aquella misma tarde Nicoletta fue a encontrarse con dos hombres de tez sombría y gesto adusto en un bar próximo a la casa donde el detective vivía y tenía su despacho. Cuando llegó al bar, aquellos dos hombres no se habían presentado todavía. Por ello, se sentó a esperarles en uno de los altos taburetes que había junto a la barra del mostrador y le pidió al camarero que le sirviera un vaso de güisqui con hielo. Pocos minutos más tarde, apenas sin haberle dado tiempo a la chica a tomar algún sorbo de esa bebida dorada, aquellos dos hombres abrieron la puerta de cristal y madera que daba acceso al interior del bar, y se dirigieron hacia el lugar en el que ella se encontraba.

-                   Nuestro jefe nos ha enviado hasta aquí para recogerte. Nos ha ordenado que te llevemos hasta el lugar en donde tiene instalada su oficina, sí, digamos, su puesto de observación… Pero nos ha dicho que nos aseguremos de que no puedas conocer después el lugar en donde se va a celebrar las entrevista. Compréndelo, no quiere que nadie que no sea uno de sus hombres pueda conocer el lugar donde se encuentra ese puesto de control. En la posición en la que está, no quiere recibir ningún tipo de sobresaltos.

Mientras escuchaba lo que uno de los dos hombres le estaba diciendo, fue consciente de cómo el otro le estaba desnudando con la mirada, y por primera vez en esa tarde Nicoletta empezó a sentir miedo. A pesar de todo, en cuanto salieron del bar ella dejó que aquel primer hombre, el único cuya voz ella ya conocía, le tapara cuidadosamente los ojos con un pañuelo de seda y después, mientras permitía que esos hombres la introdujeran dentro de un vehículo de tamaño mediano, notó como todo su cuerpo le temblaba.

Debió haber transcurrido una media hora en el interior de aquel vehículo, y Nicoletta se dio cuenta de que debían dirigirse hacia alguno de los polígonos industriales que se hayan a las afueras de Madrid. Además, si en un primer momento al automóvil avanzaba muy despacio, deteniéndose frecuentemente por unos pocos segundos, obligado a ello sin duda por algún semáforo en rojo o por un desvío hacia alguna estrecha calle lateral, muy pronto la velocidad había aumentado de repente, debido a que la circulación se había hecho un poco más fluida que al principio, hasta que el coche terminó por detenerse en algún lugar silencioso y solitario. Durante aquel recorrido que ella había hecho totalmente a oscuras, Nicoletta notó en algún momento como uno de los hombres que le acompañaban rozaba con sus manos ásperas el interior de sus muslos, desnudos bajo la corta minifalda con la que se había vestido para la ocasión, y en esos momentos notaba como el miedo le invadía de nuevo todos los poros de la piel. Debía de tratarse de ese hombre de bigote poblado que había permanecido es silencio durante la corta entrevista que había mantenido con ella dentro del bar, el mismo que al salir de aquel antro le había mirado con lascivia. Intentó no pensar en ello con el fin de mantenerse concentrada en aquello que en ese momento le importaba, el encuentro con el jefe de la banda.

Los dos hombres le ayudaron a bajarse del vehículo y le obligaron a caminar sobre un asfalto caliente todavía. Pocos segundos más tarde se detuvieron frente a una puerta metálica, y Nicoletta pudo sentir como uno de los hombres introducía en la cerradura de la puerta una llave y como al instante la puerta se abría. Después, los dos hombres le obligaron a penetrar en aquel espacio cerrado, y al instante, una ráfaga de aire frío volvió a posarse en su nuca. El ambiente que en aquella habitación se respiraba era acre, cerrado, y el hedor a sudor y a humedad que empezó a invadir su pituitaria no llegó a desvanecerse del todo cuando el hombre que le había vendado los ojos se acercó otra vez hasta ella para quitarle por fin el pañuelo. Un haz pesado de luz, procedente de cuatro o cinco focos instalados en el techo, le hirió el rostro, obligándole a cerrar por un momento los ojos. Cuando volvió a abrirlos, Nicoletta pudo darse cuenta de que se encontraban dentro de una nave abandonada, en alguno de los polígonos que formaban el cinturón industrial de la ciudad. A lo lejos se podía escuchar un ruido fuerte y muy repetitivo que procedía de alguna maquinaria cercana.

Aún se habían podido acostumbrarse sus ojos a la variación de la cantidad de la luz cuando se presentó ante ella un hombre joven, como de unos treinta o treinta y pocos años, Era alto, delgado, con una abundante de mata de pelo en la cabeza que contrastaba con la mayoría de sus hombres, y cuando se acercó a saludarle, Nicoletta pudo darse cuenta de que se forma de hablar y de comportarse no tenía nada que ver con la de ninguno de esos hombres que le habían llevado hasta allí. En efecto, aquel hombre se estaba comportando de manera educada, y su voz, cuando él empezó a hablarle, era como una caricia agradable en sus oídos. Aunque uno de los hombres que le habían conducido hasta aquel lugar le había presentado ya como el jefe de aquella banda de cabezas rapadas, aquél que tomaba siempre las decisiones y el único que estaba capacitado para contar a personas ajenas cualquier cosa que tuviera que ver con el grupo, pero a Nicoletta al principio le costaba creer que aquello fuera cierto. Sin embargo, se tranquilizó ya del todo cuando aquel hombre le aseguró, con un aire de superioridad sobre el resto de las personas que estaban presentes en aquella nave, que ninguno de sus hombres se atrevería a hacerle nada que ella no quisiera. Ya más serena por las palabras de su interlocutor, la chica empezó a interrogarle con cuidado, haciendo que el otro no se diera cuenta, que pensara que aquel encuentro no era mas que una simple conversación entre dos personas que empezaban a conocerse.

Cuando ella le enseñó la fotografía de ese joven que estaba detenido por la policía, Nicoletta se dio cuenta de que había sido una buena idea haber llegado hasta allí.

-  Sí, es cierto que conozco a ese hombre.

-  Entonces, ¿es verdad que es uno de tus hombres?

-                   Para el carro; yo no he dicho eso. Sólo he dicho que lo he visto alguna vez, pero si me conocieras un poco más, sabías que yo no admito a mi alrededor ese tipo de personas. Ese hombre está loco, y es bastante peligroso, debes creerme. Es cierto que en un tiempo lejano, hace ya cinco o seis años, o quizá algunos más, era uno de los míos. Pero tuve que echarle de mi lado, y desde entonces no había vuelto a verle; si acaso, alguna vez por la calle, o en alguno de esos bares de copas que cierran casi al amanecer. Casi siempre estaba solo, pero también he de decirte que él mismo se ha buscado esa soledad en la que se encuentra. Conmigo podía haber llegado a ser uno de los buenos, podía haber llegado a tener todo el respecto de mis hombres, incluso, quién sabe, llegar a sucederme colmo jefe de la banda cuando yo estuviera demasiado viejo como para seguir en la brecha. Pero prefirió hacer las cosas a su manera.

-                   Veo que no tienes un buen concepto de él. ¿Puedo saber qué te hizo?

-                   A mí en realidad no me hizo nada, pero le gustaba demasiado trabajar por su cuenta, desoyendo mis órdenes o haciendo algunas cosas que yo no le había ordenado que las hiciera. Y eso es algo que un jefe como yo no puede permitir si no quiere correr el riesgo de perder el respeto del resto de sus hombres. Porque cuando eso sucede, cuando un jefe pierde definitivamente el respeto de sus hombres, ya puede hacer las maletas y marcharse. Es como esos ciervos del bosque cuando dejan de ser los jefes de la manada, cuando otro macho que es más fuerte y más joven pelea con él y le vence. Por eso yo no tuve más remedio que despedirle, obligarle a que se fuera. Pero antes de dejar que se marchara, me vi obligado también a castigarle.

-                   ¿Qué quieres decir? ¿En qué consistían esos castigos?

-                   No quieras que te cuente también cómo es el código de honor de nuestra sociedad; eso es algo que no le interesa a nadie que no forme parte de la banda. Sin embargo, si deseas saber algo más respecto a ello, sólo tienes que pedirle a ese hombre, la próxima vez que le veas, que te enseñe su espalda, su torso desnudo. No, no te preocupes. No quiero que pienses otra cosa que no sea ésta misma que te ha traído hasta aquí. Pero creo que te harás una idea de cuáles eran esos castigos que yo mi ve obligado a emplear contra él si eres capaz de leer en el mapa de cicatrices de su espalda.

Nicoletta reprimió un gesto de dolor cuando comprendió todo el horror que pudo suponer para el detenido aquellas fuertes palizas, los repetidos latigazos en la espalda y quizá también en otras partes de su cuerpo, que ese hombre que ahora tenía delante de ella debió ordenar. No sabía aún lo que había hecho, pero lo que si sabía que es que nadie, por malo que fuera, podría ser castigado de ese modo. No obstante, se calló lo que pensaba con el fin de que el otro siguiera abriéndose a ella de ese modo.

-                  ¿Y dices que desde entonces no habías vuelto a verle? Casi no me puedo creer que en una ciudad como Madrid no te hayas encontrado nunca con él. A fin de cuentas, a pesar de que esta ciudad es bastante grande, todos los que frecuentáis ese mismo tipo de ambientes os movéis siempre por los mismos sitios.

-                  Ya te lo he dicho, sólo tres o cuatro veces desde entonces. No creo que después de lo que me vi obligado a hacerle, tuviera muchas ganas de volver a encontrarse conmigo.

-                   Está bien, te creo. Cambiando de tema, y con la experiencia que te da el tiempo que estuvisteis trabajado juntos, ¿piensas que ese hombre sería capaz de matar a sangre fría a una persona?

-                   No lo sé, de verdad. No se puede decir que se trate de un hombre, cómo diríamos, valiente, pero también es verdad que para matar a sangre fría a un hombre indefenso, no se necesita tener demasiado valor. Es más, la manera de matar que utilizó el asesino de ese mendigo, según me has contado, suele ser más bien producto de un acto cobarde. Aunque no conozco los detalles, sólo lo que tú me has contado, podría confirmar que tenéis en vuestro poder al verdadero asesino –la voz de aquel hombre era clara y profunda, como si estuviera completamente seguro de lo que decía, pero Nicoletta también se estaba dando cuenta de que podría estar intentando engañarle, de que, quizá, sólo estaba disimulando con el fin de evitar que la chica pudiera sospechar de sus hombres-. Pero te digo también que, si lo hizo, alguien debió haberle pagado por ello, que el c rimen no fue en realidad una decisión suya.

-                   Está bien; sólo una pregunta más. ¿Estás seguro de que ninguno de tus hombres ha tenido nada que ver con el asalto? ¿Pondrías la mano en el fuego afirmando que ninguno de ellos ha sido capaz de hacer algo parecido a tus espaldas?... Perdona, no quería ofenderte. Lo único que quiero es cerrar todas las incógnitas, todas las posibilidades, que puedan permanecer abiertas en el transcurso de la investigación, haciendo que vayamos en una dirección falsa.

-                   Ya te he dicho que eso es imposible. Todos mis hombres saben lo que el pasó a ese joven por haber trabajado a su aire, y puedes estar segura de que a ninguno le ellos le gustaría que le sucediera lo mismo.

El cabecilla de la banda se giró sobre sí mismo, como queriendo decir que la conversación se había acabado. Inmediatamente, los dos hombres que le habían conducido hasta allí le volvieron a vendar los ojos, y le sacaron de aquel espacio sucio y maloliente en el que se encontraban. El viaje de regreso duró un poco menos tiempo que el de ida, y transcurrió en un absoluto silencio. Cuando el vehículo se detuvo de nuevo, y los dos hombres que le habían llevado hasta allí volvieron a quitarle la venda del rostro, Nicoletta se dio cuenta de que estaban en la Puerta del Sol.

 

Cuando aquella misma noche Nicoletta le contó a su jefe el resultado de la conversación que ella había mantenido con aquel desconocido, lo primero que hizo el detective fue llamar por teléfono a Picavea para mantenerle al tanto de lo que habían descubierto en aquellos dos días. Jamete le contó que a primera vista las pruebas parecían demostrar que él tenía razón, que había indicios suficientes como para demostrar que debajo de aquel aparente crimen de tipo racista, había en realidad algo mucho más grave e importante. Le dijo también que, aunque aún no sabían qué era lo que había provocado en realidad la muerte del mendigo, ni siquiera quiénes eran las personas que habían diseñado aquel asesinato, tenían ya algunas pistas, algunas sospechas respecto a ello. Antes de colgar el teléfono, Jamete le prometió al policía que le mantendría informado de todos los posibles avances que fueran danto desde entonces.

Después de haber dejado el auricular del teléfono sobre la mesa del escritorio, el detective pulsó el interruptor de encendido de su ordenador, y al instante la pantalla empezó a iluminarse. Durante algún tiempo estuvo navegando en internet, buscando en las ediciones digitales de los periódicos nacionales y también en otros medios de comunicación que sólo se publicaban en la red, algunos artículos que pudieran dar respuesta a aquel problema en el que en ese momento se hallaba sumido. Fue pasando artículos uno a uno, desdeñando algunos que no le decían nada, obviando aquellos cuya información ya conocía de antemano, y cuando estaba a punto de apagar el ordenador, desmoralizado, cansado como estaba de ir pasando páginas y más páginas sin encontrar nada de interés, se encontró por fin con algo que le llamó la atención. Leyó en repetidas ocasiones aquel titular, cada vez con la voz más segura, más clara: “Joven periodista desaparece cuando estaba investigando la corrupción en algunos ayuntamientos de la provincia”. Jamete estaba seguro que había encontrado el carrete del que poder extraer el hilo que le llevaría hasta encontrar la solución de aquel enigma, y más cuando examinó la fotografía que ilustraba aquel artículo. Era la fotografía del periodista desaparecido, pero también era la fotografía de aquel mismo padre de familia que sonreía feliz en la compañía de su mujer y de su hija en la imagen que Picavea le había enseñado dos días antes. En fin, era la fotografía del mismo mendigo asesinado, con unos años más que los que mostraba en el artículo de internet por culpa del disfraz que él había tenido que asumir en los últimos meses.

Daniel ya sabía qué era lo que tenía que buscar en internet. Escribió en el buscador el nombre del periodista que, según decía aquel artículo, nadie había vuelto a ver desde hacía veinte días, y fueron apareciendo, uno a uno, decenas de artículos sobre ello. Cuando terminó de leer todos los artículos, el detective se dedicó a hacer por escrito un resumen lógico de todo lo que hasta ese momento había averiguado con la ayuda de la chica. Sabía ya que el mendigo era en realidad un periodista no demasiado conocido, porque trabajaba para un periódico de tamaño mediano, de esos que sólo se publican en internet porque no cuentan con la infraestructura suficiente para llegar diariamente a los quiscos. Pero a pesar de ello, aquel periodista había encontrado casi por casualidad alguna información interesante que pondía entre las cuerdas a un grupo de políticos y de industriales destacados, implicados en una red de corrupción que afectaba a varios pueblos de una pequeña provincia cercana a Madrid, y también, incluso, a la propia capital. El asunto estaba relacionado con el pago de comisiones indebidas y también, de manera lateral, con la evasión de impuestos, y algunos de esos empresarios estaban también relacionados con algunos asuntos turbios que tenían que ver con algunos países del continente americano. Por todo ello, el periodista había recibido últimamente varias amenazas de muerte.

“Bueno. Sabemos ya qué era lo que te hacía sentirte amenazado, que fue lo que te obligó a esconderte tras ese absurdo disfraz de mendigo. Ahora nos resta sólo averiguar cuál de esos hombres de los que hablabas en tus artículos está detrás de tu asesinato, para que puedas por fin descansar en paz dentro de tu tumba, ya que es lo único que te queda. Te prometo que lo averiguaremos”. Y mientras pensaba en esas cosas, el detective llamó de nuevo a Nicoletta para pedirle un último favor:

-                   Mira a este hombre –le indicó mientras le enseñaba la fotografía del artículo que acababa de imprimir-. Sí, se trata del mendigo cuya muerte estamos investigando, apenas un mes antes de haberse convertido en eso, en un mendigo. Quiero que sigas investigando en el círculo personal del periodista, en su familia, entre sus compañeros de trabajo. Apuesto a que alguien te contará allí alguna cosa nueva que nos ayude a clarificar el asunto.

 

Nicoletta, tal y como solía hacer siempre que su jefe necesitaba de sus servicios, no se demoró demasiado en llevar a cabo el trabajo que Daniel le había encargado. En efecto, a la mañana siguiente pensó en hacer algunas averiguaciones en el entorno familiar del fallecido, pero pensó que quizá no sería lo más oportuno. Nadie conocía aún la identidad de la persona asesinada, ni siquiera la policía, y por lo tanto sería lógico suponer que la esposa del periodista tampoco debía estar al tanto de que su marido hubiera sido asesinado a manos de un alguna de esas personas cuyos nombres aparecían en los documentos a los que él había tenido acceso. Para ella, su marido debía ser aún aquel mendigo anónimo, si es que ella de verdad conocía de los motivos que a él le habían obligado a esconderse, si no se trataba también para ella de una de esas miles de personas desaparecidas que a diario suelen acudir a las páginas de algunos diarios; porque había que tener en consideración la posibilidad de que el periodista ni siquiera le hubiera contado a las personas que le amaban la verdad que se había visto obligado a desaparecer por un tiempo, con el fin de no ponerles también a ellos en esa misma situación de peligro en la que él ya estaba sumido. Por todo ello, decidió que sería mejor investigar primero en el círculo profesional de la víctima y dejar para después un último encuentro con la esposa del periodista asesinado, cuando ya alguien con más experiencia para ello le hubiera dado a esa mujer la noticia terrible de que nunca, pasara lo que pasara, podría volver a ver con vida a su propio marido.

Así pues, decidida como estaba a averiguar lo antes posible los detalles de aquel triste suceso, a primera hora de la mañana la rumana estaba ya telefoneando a la redacción del periódico para el que trabajaba la víctima, y después de unos pocos segundos en los que no tuvo más remedio que mantenerse a la espera soportando una musiquilla machacona que se le clavaba en los oídos, le contestó primero la voz metálica y artificial de un contestador automático. Al contestador le sustituyó, unos segundos más tarde, la voz ronca de un hombre que se identificó como el director de aquel diario, y ese hombre, después de una conversación demasiado breve y aséptica, le pasó con la joven periodista que ocupaba en la sala de redacción del diario, según él mismo le había dicho, la mesa más próxima al fallecido. Aquella chica se identificó como Irene, su más próxima colaboradora en algunos de los artículos que la víctima había publicado, y tras una breve conversación un tanto superficial llegó a confirmarle que el desaparecido se había sentido en las últimas semanas demasiado preocupado. Antes de colgar el teléfono las dos mujeres habían quedado para verse unas horas más tarde, en una popular cafetería de la calle Alcalá que a esas horas, sin embargo, estaría con un poco de suerte casi vacía. Allí podrían conversar sobre ello con un poco más de tranquilidad.

Aunque Nicoletta no la había visto nunca, y por lo tanto no sabía nada del aspecto de esa chica, a la joven rumana no le fue demasiado complicado reconocer a su interlocutora en aquella mujer menuda, como de unos treinta años, que ya estaba acercándose a los labios una enorme jarra de cerveza en el momento en el que ella estaba entrando en el local. Tenía el pelo moreno y muy corto, casi como el de un chico, y vestía unas mallas ajustadas de color azul y una camiseta blanca de algodón que prácticamente dejaban a la vista todas las curvas de su cuerpo. Unos minutos más tarde, después de que Nicoletta le hubiera pedido al camarero que le sirviera una copa de vino de la casa, las dos mujeres se dirigieron a una de las mesas que estaban libres, muy cerca de la pared de cristal que las separaba de la calle.

-                   Sí, desde luego. Se trata de Miguel, mi compañero de redacción en el diario –aquello fue lo primero que la chica le dijo cuando ella le enseñó la fotografía, aquella misma fotografía que el mendigo asesinado escondido en la papelera del banco cuando se dio cuenta de que estaba a punto de ser asesinado-. ¿Le ha pasado algo malo?

En ese momento, Nicoletta fue consciente por primera vez de que no había pensado en cómo afrentar aquella situación, y se consoló pensando que por lo menos la persona que tenía frente a ella no era la esposa del fallecido. Al menos, esa sólo era una compañera de trabajo, y aunque también era cierto que algunas veces se lograban verdaderas relaciones personales entre dos personas cuyo único vínculo era el lugar en el que ambos trabajaban, no quería pensar en lo difícil que le resultaría tener que dar una noticia como, cuando se trataba de una relación más íntima y personal

-                  Lamento tener que ser yo quien tenga que decirte esto. Hace tan sólo unos días fue encontrado muerto un hombree; aparentemente se trataba sólo de un mendigo, ese mismo mendigo que aparece en la fotografía que hicieron los policías que investigaron con detenimiento el lugar del crimen. Pensamos, y tú misma acabas de corroborarlo, que la víctima y tu compañero de trabajo son una misma persona.

Mientras hablaba, Nicoletta se dio cuenta de que quizá se había equivocado en su primera apreciación, de que también había una posibilidad, aunque lejana, de que entre la mujer que tenía ante sus ojos, sumida en el dolor y en la desesperación, y la víctima, no había simplemente una relación propia de trabajo, por mucho que esas dos personas hubieran ocupado en la redacción, y quizá durante mucho tiempo, dos mesas contiguas. O quizá no fuera más que el hecho de que había entre los dos una relación de amistad, de simple y verdadera amistad. Cuando Irene por fin pudo tranquilizarse un poco, una lágrima furtiva que no conseguía reprimir surcaba su mejilla, muy cerca del pómulo derecho.

-                  Lo siento. La noticia me ha llegado en un momento difícil e inesperado, Sin embargo, el ya sabía que eso iba a suceder, y aunque intentó por todos los medios esconderse de su destino, estaba seguro de que le sería imposible. Así me lo dijo una de esas noches en las que los dos, agotados por el pesado trabajo de la redacción, compartimos nuestros sueños y nuestras pesadillas entre varios vasos de alcohol. Aquella noche no pasó nada, créeme, pero los dos nos desnudamos el alma entre copas de ginebra.

-                   No estoy juzgándote, puedes estar segura, y menos en la situación en que te encuentras ahora mismo, cuando acabas de descubrir que ese hombre al que querías, pues desde luego de alguna manera le querías, ha sido asesinado. Lo único que quiero saber es si él te dijo alguna cosa más que me pueda ayudar a averiguar quién ha sido la persona que ha conseguido que su desaparición temporal no haya servido para nada.

-                   La verdad es que no fue mucho lo que entonces me contó. Siempre que le preguntaba sobre aquello que estaba investigando, él se callaba y me decía que sería mucho más seguro para mí que no supiera nada. Tan sólo me contó en una ocasión que se trataba de algo importante, que cuando se publicara la noticia se iban a quebrar todas las columnas en las que se apoya el sistema político y financiero del país. Y la verdad es que lo poco que ya había publicado antes de su desaparición era bastante interesante y, sobre todo, amenazador para mucha gente conocida. Y ello a pesar de que, según él mismo no se cansaba de repetir, aquello era sólo la punta del iceberg.

-                   Algo de eso cuentan también los rumores que corren por las calles del sur de Madrid. ¿Y qué más te contó Miguel? Todo lo que me digas puede ser importante para detener a sus asesinos.

-                   Sabes que nada en este mundo me gustaría más que poder ver a esos hombres en una cárcel, o incluso muertos. Sí, sé que no debería decirlo, pero me gustaría que la persona que ordenó el asesinato de Miguel hiciera frente a los policías cuando estos fueran a detenerle, y que una bala perdida en el momento de la detención le atravesara su negro corazón. Pero no puedo decirte mucho más de lo que ya te he dicho, de verdad..., Ah, sí; se me olvidaba. Miguel llegó a confesarme que había guardado los documentos que demostraba todo lo que había averiguado en la caja de seguridad de un banco importante de la calle Velázquez. Pero no sé cuál es ese banco.

-                   No te preocupes por ello; creo que no le será difícil a mi jefe saber de qué entidad financiera se trata. Por otro lado, esto que me dices concuerda con el hallazgo que la policía hizo muy cerca del lugar donde se cometió el crimen, una llave pequeña que parece ser de una de esas cajas.

-                   Sí, ese hombre estaba desde luego muy atemorizado, sobre todo desde que sucedió aquel accidente…

-                   ¿Has dicho algo de un accidente? –le interrumpió Nicoletta.

-                   Pensaba que estabas al tanto de ese problema que tuvo hace algo más de un mes o mes y medio. Eso fue lo que al final le hizo esconderse, el saber que los otros también iban en serio. Hasta ese momento estaba un poco raro, es cierto, pero eso que le pasó le hizo sentirse preocupado de verdad, por él y por su familia, y por ello se decidió a desaparecer por un tiempo. Fue un accidente tonto y sin sentido, extraño, en un lugar en el que no existía ningún peligro. Es cierto que era de noche, y que la calle en donde sucedió todo en ese momento se hallaba demasiado solitaria, pero el vehículo que le atropelló no iba muy rápido. Él siempre dijo que aquello no había sido un accidente, que en el momento en que fue a cruzar de acera ese coche no estaba allí, que apareció de improviso desde la esquina con la velocidad suficiente para golpearle un poco de lado y arrojarle sobre el asfalto. Sí, según Miguel el conductor de aquel vehículo no había querido matarle todavía, sino tan sólo darle un aviso de lo que podría llegar a pasarle si seguía investigando.

                        Cuando las dos mujeres se despidieron, apenas diez minutos más tarde, Nicoletta tenía la sensación     de que no se había comportado con la chica como hubiera debido hacerlo, de que la había abandonado en la soledad de un bar que en ese momento ya había empezado a llenarse de gente, decenas y decenas de personas que nunca podrían comprender la marea dolorosa que estaba agitando el alma y el corazón de Irene. La joven rumana siempre intentaba hacer suyos el dolor y la alegría a los que pudiera estar enfrentándose cualquier persona que tuviera delante de ella, sobre todo en momentos como ese, cuando ella pretendía sonsacar información para alguno de los casos de Jamete, ponerse en todo momento en el lugar de sus interlocutores. Pero, ¿hasta qué punto era posible hacerlo cuando la muerte de un ser querido era lo que se hallaba detrás de esos sentimientos, cuando el dolor más profundo y más lacerante lo invadía todo a su alrededor? Con un sabor amargo entre sus labios consiguió parar un taxi, y después de entrar en el interior del vehículo le pidió al conductor que le llevara a un número indeterminado de la calle Velázquez. Una vez allí, buscaría a pie el banco en el que, según Irene, se guardaban los documentos que certificaban el desfalco del que tanto había oído hablar en los últimos días.

 

Aquella misma tarde, Nicoletta le contaba a su jefe el resultado de sus últimas averiguaciones, y después, nada más que la chica hubiera abandonado el despacho, el detective volvió a descolgar el auricular de su teléfono para llamar de nuevo al inspector Picavea. Después, cuando logró por fin comunicarse con él, le dio un primer informe, poco detallado, demasiado superficial, de lo que ellos habían descubierto en los dos últimos días, gracias sobre todo a las entrevistas que Nicoletta había mantenido con diversas personas. Le dijo que tenía razón, que aquello que el policía le había insinuado ya aquel primer encuentro que los dos habían mantenido en la casa del detective, mientras compartían sendas tazas de té, era cierto. Y le dijo, en fin, que allí estaría esperándole otra vez para contarle con más detenimiento todos los detalles del caso, tal y como se encontraba en ese momento.

Así, pocos minutos más tarde Picavea se encontraba de nuevo en la casa del detective, dispuesto a escuchar todo lo que el otro tenía que contarle. Pero al contrario de lo que había sucedido la vez anterior, cuando Picavea había acudido hasta allí para solicitar la ayuda del detective, éste tenía ahora entre sus manos una taza de café caliente, y cuando el otro le preguntó qué era lo que podía encontrar de bueno en aquel sucio y oscuro líquido caliente, el policía se acordó de algo que había leído una vez, algo que había escrito un viejo diplomático francés.

-                   “Negro como el demonio, caliente como el infierno, puro como un ángel, dulce como el amor”. No, no es mío, desde luego. Se trata de la definición de un antiguo príncipe francés del siglo XVIII, Charles Maurice de Talleyrand y Perigord, príncipe de Benevento… Pero volvamos a lo que de verdad nos interesa. Estoy expectante para saber todo aquello que habéis averiguado.

-                   No tengas prisa; todo a su debido tiempo, por favor. Por cierto, ¿sabes que el cultivo del café no se inició en el continente americano hasta bien entrado el siglo XVIII? Sin embargo, para entonces ese líquido negro y amargo ya había empezado a ser consumido en algunas ciudades de Europa desde cien años antes, llevado hasta allí desde Turquía y otros países de Asia. Mucha gente piensa que es un producto que procede de América, como el maíz o la patata, y ello demuestra que en todos los aspectos de la vida las cosas no son como nos parecen.

Después, Jamete le puso al día de todo lo que tanto él como su ayudante, la joven rumana, habían descubierto. Le contó que el mendigo era en realidad un joven periodista con una idea entre las manos, una idea que podía llegar a deshacer los cimientos del mundo político. Le habló de lo del accidente, que en realidad no había sido un accidente, y le contó también lo de las amenazas que desde hacía algunas semanas había empezado a recibir casi a diario. Y le contó también todo lo que aquel oscuro jefecillo de una banda de estética skin le había dicho sobre ese joven que ellos aún mantenían encerrado en uno de los calabozos de la comisaría, para lo cual le habían solicitado al juez que prolongara el tiempo de detención preventiva. Y le contó, en fin, que tal y como él mismo había pensado cuando encontró aquel objeto metálico dentro de la papelera del banco, entre los recibos dejados allí por algunos de sus clientes, la llave que había descubierto pertenecía a la caja de seguridad de un banco que se hallaba en la zona financiera de Madrid, un banco que había sido identificado ya por ellos dos.

-                   Entonces, ¿qué hacemos aquí todavía perdiendo el tiempo? Debo ir ahora mismo a pedirle al juez que nos autorice para abrir la caja de seguridad de ese banco. Estoy seguro, y tú también lo sabes ya, que dentro de esa caja encontraremos la solución a nuestro problema.

-                   Tienes razón, desde luego, pero es mejor que en este asunto caminemos con los pies de plomo. Contéstame a una pregunta sencilla: ¿qué posibilidades crees que hay de que ese juez acceda a lo que le solicitamos? Creo que es mejor que actuemos de otra forma, y por ello ya he tomado algunas medidas al respecto. Si todo sale bien y tenemos un poco de paciencia, pronto tendremos aquí mismo, sin salir de esta casa, el contenido de la caja.

-                   ¿De verdad? ¿Y cómo vas a conseguirlo? Los directivos de ese banco no darán así como así esos documentos a nadie que no sea la misma persona que alquiló la caja o en todo caso, si eso fuera imposible, tal y como sucede ahora, a la persona que hubiera sido declarada heredero legítimo de sus bienes. Sé que en algunas ocasiones sueles arreglártelas para conseguir determinadas cosas de manera un tanto, digamos, atípica, pero esta vez creo que no te va a ser posible hacerlo.

-                   Creo que es mejor que no preguntes aquello que en realidad no deseas saber –le respondió el detective de forma enigmática, mientras se echaba a los labios la taza de té.

En efecto, como una media hora más tarde llegaba Nicoletta al despacho de Jamete, con un paquete entre las manos, y los dos supieron desde un primer momento que se trataba del mismo paquete que ellos estaban esperando. Cuando lo desenvolvieron, el policía con los nervios a flor de piel, demasiado dominado por las prisas, con una tranquilidad sorprendente el detective, pudieron comprender por fin todo el alcance que tenía aquello que el periodista asesinado había conseguido descubrir, y entendieron los motivos que le habían obligado a esconderse de sus peligrosos perseguidores. Allí había, tal y como Irene le había prometido a Nicoletta, decenas y decenas de documentos secretos, documentos que incriminaban a muchos políticos y empresarios que pertenecían la buena sociedad madrileña. A Picavea le bastó con echar un vistazo superficial a algunos de aquellos escritos para darse cuenta de que las personas que allí se mencionaban iban a pasar, al menos algunas de ellas,  muchos años a la sombra en el momento en el que todo ello pudiera hacerse público.

Pero quizá lo más importante de todo lo que se encontraba dentro de aquel paquete, lo que le permitiría por fin acusar al verdadero culpable de aquel asesinato, era una fotografía. En ella podían verse juntos a una de esas personas cuyo nombre aparecía en muchos de los documentos encontrados, y aquel mismo joven con la cabeza rapada que estaba a punto de pasar a disposición judicial. Los dos estaban dándose la mano, como cerrando algún trato entre ellos. ¿Sería acaso ese mismo acuerdo del que el periodista fallecido era protagonista accidental y luctuoso? La fotografía le hizo pensar al detective que aquel hombre no sólo conocía todo lo relativo a los delitos que estaba investigando, que sabía también, o de alguna manera adivinaba, que uno de esos políticos a los que seguía habían puesto precio a su cabeza, y que fue eso lo que le hizo ser consciente de que su atropello había sido algo más que un simple accidente.

-                  Bueno, parece que ya hemos conseguido cerrar definitivamente un nuevo caso. Debería llevar todo esto al juez para que me ordene cuáles son los pasos que a partir de ahora debemos seguir. Gracias a todo esto que hay dentro de la caja, en la comisaría queda aún bastante trabajo por hacer.

Picavea, con el paquete de los documentos debajo del brazo, se disponía a abandonar el despacho del detective, pero antes de que pudiera cruzar la puerta que cerraba la habitación éste le estaba llamando la atención con sus palabras. El policía tenía ya la mano sobre el picaporte de la puerta cuando el otro se dirigió a él por última vez aquella tarde.

-                  No quiere que abandones esta casa pensando que pueda haber algo extraño en la manera de acceder a la caja de seguridad, por lo menos en esta ocasión. Ha sido Nicoletta la que ha acudido al banco para traernos su contenido, es cierto, pero lo ha hecho en compañía de la propia esposa del titular de la caja. Puedes estar seguro de que éste ha sido el trabajo más difícil al que ella ha tenido que hacer frente de todos los que yo le he encomendado en estos últimos días –y ante la mirada sorprendida del inspector Picavea, Jamete terminó de aclararle lo que le estaba queriendo decir.- Siempre resulta difícil decirle a alguien que nunca, pase lo que pase, va a volver a ver a la persona a la que ama, que nada va a ser ya como hasta ahora lo había sido.