Cuando Elisa se bajó del taxi que le había llevado hasta
allí, una ciudad distinta, diferente a todo lo que había visto hasta entonces,
se extendió por primera vez ante sus ojos asombrados. No era en realidad que
ella no hubiera estado nunca antes en aquella zona de la ciudad, pues sabía que
esas mismas calles por las que ahora paseaba y habían sido holladas por sus
pies con anterioridad algunas veces. Pero en aquellas ocasiones siempre había
sido de día, cuando el sol abrasador golpeaba con pesadez sobre los edificios y
calentaba el asfalto, y ahora las sombras nocturnas se abatían sobre esas
mismas casas de ocho, incluso de diez pisos de altura, envolviéndolo todo con
un ambiente lóbrego, casi trágico.
Ahora, fuera ya de la seguridad que hasta unos pocos
minutos le había ofrecido aquel vehículo que ya se había ido, pensó por primera
vez en si había hecho bien al aceptar aquella cita, y sólo con el fin de
procurarse un poco de seguridad en sí misma, intentó estirar por debajo la tela
de la pequeña minifalda, que apenas era capaz de taparle la parte superior de
los muslos. Pero aquello era una tarea imposible, lo sabía, y ahora se sentía
incómoda con la ropa que ella misma había elegido para vestirse aquella noche.
¿Qué le había movido a colocarse sobre su cuerpo frágil aquel vestido, casi
mínimo, que apenas podía taparle una parte reducida de su cuerpo? ¿Qué le había
movido a colocarse en los pies aquellas sandalias de tacón pronunciado, cuando
sabía que con ellas sus pasos se hacían demasiado inseguros y provocativos?
Pero apenas fue un instante el tiempo que perdió en terminar de alejar de su
cabeza aquellos pensamientos. Después, soñando con que aquella noche iba a ser
inolvidable, con una seguridad en sí misma renovada, se adentró despacio entre las
sombras.
No había caminado apenas veinte o treinta metros cuando
llegó por fin al lugar de aquella cita. Era un hotel enorme, de cinco
estrellas, de largos y anchos pasillos en los que nadie te preguntaba nunca a
dónde ibas cuando se encontraba contigo porque En realidad nunca nadie te veía,
porque todo el mundo cruzaba esos pasillos con el alma tan ciega como en unos
grandes almacenes. ¿Cómo es posible intentar controlar a quién entra y a quién
sale en un edificio como esos, en el que las habitaciones se contaban por
centenares, y todo el mundo anda con prisas por llegar al final del laberinto?
Sí, en un hotel como ese ellos dos pasarían fácilmente desapercibidos, y nadie
podría estropearles aquel primer encuentro real, más allá de las pantallas de
cristal de sus ordenadores respectivos.
Aún así, pensó que Andrés había tenido una buena idea al
haber quedado con ella precisamente en el bar del hotel. Si hubieran quedado
directamente en una de esas habitaciones que se extendían a un lado y a otro de
los pasillos de los pisos superiores, ella habría tenido que dar su nombre al
recepcionista, y no estaba segura de poder evitar que sus nervios afloraran al exterior en ese
instante. Era probable, además, de que se hubiera visto obligada a mostrar su
documentación al hombre que le miraría con curiosidad desde el otro lado del
mostrador, y seguramente a él le hubiera extrañado que una chica de dieciséis
años se encontrara sola allí, a esas horas avanzadas de la noche, solicitando
una habitación en un hotel tan caro como ese. Sí; había sido una buena idea que
ella le esperara tomándose una copa en el bar; a fin de cuentas, con aquel
vestido y aquel abundante maquillaje parecía algunos años mayor, y los
camareros de los bares casi nunca piden la documentación a ninguno de sus
clientes.
Encontró el bar al final de uno de esos pasadizos. A
pesar de lo avanzado de la hora, aún permanecían, sentados a las mesas o de pie
junto a la barra, los últimos clientes, nueve o diez solitarios bebedores
noctámbulos, que dejaron de beber por un instante en el momento en que ella
entraba por la puerta y cruzaba, a grandes pasos, hasta el rincón más alejado
de la sala, escondido de miradas curiosas. Y cuando se sentó, mientras esperaba
a que el único camarero del bar fuera hasta su mesa para preguntarle lo que
tomaría, Elisa intentó una vez más estirarse la minifalda, porque ella aún
sentía los ojos de algunos de esos hombres clavándose en algún rincón de su
cuerpo, entre las piernas o en el busto. Deseó en su interior que llegara pronto
ese hombre a quien estaba esperando, pero al mismo tiempo, cuando se acostumbró
a aquella sensación extraña, empezó a sentirse cómoda al saber que aquellos
borrachos le miraban.
- Estaba a punto de cerrar, pero supongo que aún hay
tiempo para una última copa. ¿Qué desea tomar la señorita?
Ella sintió entonces como el camarero también le miraba,
pero nunca supo si tras aquellas palabras había alguna señal de burla o de
ironía. Pensó por un momento lo que debía pedir. No iba a ser la primera vez
que probaría alguna bebida alcohólica, desde luego. Por las tardes, cuando
hacía botellón con su pandilla de amigos, solía beber cerveza, incluso vino, y
algunas veces mezclaba ron con cocacola, pero aquella noche quería que fuera
diferente; quería marcar su territorio desde ese mismo momento bebiendo algo
diferente, más sofisticado. Por eso, sólo por eso, solicitó del camarero un
combinado más acorde con la nueva situación que se había creado a su alrededor.
Pronunció aquellas dos palabras, dry martini, sin saber si en realidad le
gustaría el sabor un tanto amargo de aquella bebida, sin tener una idea
siquiera aproximada de los componentes que la conformaban.
El tiempo pasaba lentamente, marcado apenas por los
pequeños sorbos de su dry martini, tan pequeños y tan espaciados que el nivel
parecía que apenas se había reducido. Así, un cuarto de hora más tarde la copa
permanecía casi intacta cuando había entrado en el bar un hombre de edad
madura, con un pequeño bigote surcándole el labio superior, que apenas miró
hacia el lugar donde ella se encontraba un breve instante antes de pedirle al
camarero una copa de ginebra, de la que sólo llegó a probar un pequeño trago.
Después, mientras Elisa ya había empezado a pensar que Andrés no acudiría
aquella noche a esa cita, que todo había sido en realidad una broma de mal
gusto, vio como ese hombre caminaba despacio hacia el mismo lugar en el que
ella se encontraba, y ella empezó a asustarse.
A Elisa le dio un vuelco el corazón cuando el otro se
identificó como policía. ¿Qué pasaría si ese hombre le pedía la documentación y
se daba cuenta de que era una menor de edad? Había soñado que esa noche sería
inolvidable, y ahora se daba cuenta de que su sueño estaba a punto de
convertirse en una pesadilla, de que estaba a punto de despertarse de ese
sueño, y que la cruda realidad le esperaba al otro lado del laberinto gobernado
por aquel minotauro con bigote y una placa de policía.
- Te he estado observando, y creo que eres la persona a
la que yo andaba buscando. ¿Elisa, verdad? Sabía que acudirías a la cita. –Las
palabras pronunciadas por ese hombre volvieron a asustar a Elisa. Había oído
antes historias como aquélla, relatos de citas como esa, en las que jóvenes
como ella misma que mantenían con hombres a los que ellas nunca habían visto con
anterioridad, con los que ellas habían contactado por teléfono, o como mucho a
través de Internet, con el apoyo de fotografías amañadas, o incluso retratos
falsificados por completo, y aquellas historias nunca terminaban bien. Empezó a
tranquilizarse sólo cuando el otro hombro siguió hablándole.- Estamos buscando
a una persona que ha desaparecido, y creo que tú podrías conocerla.
El hombre sacó del bolsillo superior de su chaqueta una
fotografía y se la mostró a Elisa. Cuando la vio, ella no fue capaz de sofocar
ese grito amargo que se le escapó de su garganta, y que hizo que todos los que
estaban en el interior del bar mirasen con curiosidad hacia ese grupo extraño
que formaban ellos dos. La persona que aparecía en el retrato que el otro le
había mostrado era Andrés, y lo extraño es que se trataba de la misma
fotografía que él le había enviado en uno de aquellos correos electrónicos,
hasta entonces abundantes, con los que se había comunicado con ella.
- Veo que no estaba equivocado al pensar que los dos os
conocíais, ¿verdad? Dime todo lo que sepas sobre él.
Elisa supo desde un primer momento de que ya nada podría
ganar intentando mantener oculta la extraña relación que había mantenido con el
joven de la fotografía, escondiendo aquella historia que hasta entonces sólo había sido una
historia virtual, pero que iba a convertirse en algo tangible, real, aquella
noche, pero que, ahora se estaba dando cuenta de ello, lo iba a hacer de una
manera muy diferente a lo que había soñado. Pero ella había decidido convertirse
en una mujer adulta aquella noche, y si esa era la forma en la que debía
hacerse adulta, aceptaría su destino con plena resignación.
- En realidad, lo único que puedo decirle de ese hombre
es que no sé hasta qué punto le conozco. Quiero decir que le conozco y no le
conozco. Sé que es difícil de entender lo que quiero decirle, pero lo cierto es
que nunca he estado con él, o al menos no lo he hecho tal y como en estos
momentos estoy con usted, frente a frente. Sólo he mantenido una relación
superficial con él, a través de los ordenadores, y estábamos a punto de
convertir esa relación en algo más real, más… carnal. Habíamos quedado esta
noche para conocernos más profundamente, pero creo que eso no va a ser ya
posible.
- Bien. Veo que empezamos a entendernos. Déjalo para
luego. De momento, vamos a buscar un lugar más tranquilo en el que poder
terminar esta conversión que hemos empezado. –Y al darse cuenta de que ella
había vuelto a mostrarse con él demasiado tensa, se apresuró a tranquilizarla.
–Pero no debes preocuparte en absoluto; sólo serán unas breves palabras. Cuando
acabemos, uno de mis agentes te acompañará a casa.
Cogieron el ascensor, que les dejó en uno de los últimos
pisos del edificio. Cuando se abrió otra vez la puerta del elevador, caminaron juntos
muy despacio a lo largo de diversos pasillos, cuyas luces se iban encendiendo
conforme avanzaban en busca de un mismo destino, y después, cuando ellos ya
habían pasado, volvían a apagarse. Al final del último de aquellos pasadizos el
policía se detuvo, y sacando del interior de su cartera una pequeña tarjeta de
cartón, la introdujo por la ranura que había
en uno de los extremos de la puerta. Entonces esperaron con paciencia a
que se encendiera una pequeña luz verde que había cerca de la ranura, y cuando
al final se encendió él presionó con suavidad sobre el picaporte. Cuando lo
hizo, la puerta se abatió con suavidad sobre las bisagras.
Entonces fue cuando los vio allí dentro, con la mirada y
el corazón puestos en un punto lejano, más allá de la puerta que en aquel
instante seguía abriéndose, en una esquina de aquel bar elegante en el que Elisa había permanecido sentada hasta sólo
unos minutos antes, esperando a su vez una historia diferente. Eran sus padres,
y cuando los vio no pudo evitar que una lágrima solitaria empezara a surcar su
rostro, mezclándose con los restos del maquillaje. Entonces fue su padre el
primero que, con sus palabras, rompió la tensión que reinaba sobre aquel
ambiente extraño.
- Perdona, cariño, pero sabíamos lo que ibas a hacer, y
no hallamos ninguna forma mejor de poder recuperarte. El comisario Esteban es
un viejo amigo de la familia, y en contra de su voluntad se ha dignado a
hacernos el favor de hacerte esta pequeña trampa. Queremos que sepas que
Andrés, el Andrés que tú conoces, nunca ha existido en realidad, aunque creo
que tú misma hace ya algún tiempo que lo sabes, y que escondido en su disfraz
se hallaba el comisario. Por esta vez has tenido suerte, pero no sabemos que
podría suceder en un futuro, quién podría ocultar su rostro con la máscara de tu Andrés la próxima vez
que estés con él en alguna de las habitaciones de este hotel.
Elisa en un primer momento no sabía cómo reaccionar, pero
después, hundida entre las lágrimas, se abrazó a su padre. Estaba empezando a
amanecer cuando los tres escaparon de aquel edificio y volvieron a adentrarse
en una ciudad diferente. El joven rostro de la fotografía que el falso Andrés
le había mandado iba poco a poco difuminándose en su memoria, borrándose en el
paisaje de la nueva realidad de aquel presente.
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