EL ARTE DE LA FOTOGRAFÍA



"Fotografiar es poner en el mismo punto de mira la cabeza, el ojo y el corazón. Es una forma de vida." Estas palabras del famoso fotógrafo francés Henry Cartier-Bresson, uno de los fundadores de la famosa agencia Magnun de fotografía en 1947, definirían a la perfección lo que para mí es la fotografía. Cuando vas a captar una imagen con tu cámara, el pensamiento, la mirada y el sentimiento se combinan hasta el punto de que es difícil muchas veces saber qué porcentaje hay de cada uno de ellos en la toma. Si falla el pensamiento, la técnica fotográfica se resiente, y si es el sentimiento lo que falta, por muy buena que sea la fotografía, ésta no deja de ser algo frío, sin alma, sin historia. Pero si en definitiva es la mirada lo que falta, falta todo, y entonces ni la fotografía es buena técnicamente hablando, ni hay detrás de ella una historia que contar.

Estas fotografías se aderezan, en su columna central, con un apartado dedicado también a la creación, pero en este caso, a la creación literaria, Se trata de algunos relatos, y en alguna ocasión también algún poema, que mantienes una cosa en común: aunque algunos de ellos han sido premiados en diferentes certámenes literarios, y en ocasiones pueden haber sido publicados en diferentes revistas y periódicos, la mayoría de ellos son inéditos, escritos después de mi único libro de cuentos, "Tratado de los espejos".

Finalmente, en la columna de la derecha, he querido presentar al lector algunos vídeos del portal de Youtube que he creído interesantes, o al menos , forman parte de mis intereses personales y estéticos. Al contrario de lo que pasa con las otras dos columnas de la página, ninguno de ellos han sido realizados por mí, pero me parece interesante compartirlos en la página. Estos videos están agrupados en diferentes apartados.

Así, en la parte superior se agrupan los vídeos más intimistas, y en ella se incluyen algunas interpretaciones del genial músico conquense Arturo Martínez Barambio, amigo mío además de excelente guitarrista, así como diferentes colaboraciones con la asociación Bailando la Vida, en beneficio de diferentes iniciativas de carácter benéfico, principalmente en apoyo de la lucha contra el cáncer de mama.

Las siguientes secciones corresponden a otros aspectos igualmente de mi interés personal: diferentes video-mappings proyectados sobre algunos monumentos conquenses, catedral y ayuntamiento; vídeos promocionales de Cuenca o de su Semana Senta, o vídeos históricos, destacando en este sentido la película que el destacado director y realizador de cine Carlos Saura realizó sobre Cuenca en 1958. Relacionado con este tema está también el siguiente apartado de la columna, dedicado a visualizar algunas escenas de diferentes películas, españolas y extranjeras, que al menos en parte, fueron rodadas en Cuenca o su provincia; lógicamente, no se van a exponer las películas completas, sino una selección de sus escenas más íntimamente ligadas con nuestra geografía, primando además, por otra parte, aquellos aspectos que mejor describan el argumento o las características del filme. Finalmente, se aportará también algunas grabaciones sobre el pueblo de Navalón.



domingo, 6 de diciembre de 2020

El caso de la niña del Retiro

 

Estaban ya empezando a asomar las primeras luces del nuevo día cuando Andrés abrió la puerta de la calle y se asomó a ese mundo exterior que en aquel momento estaba empezando a desperezarse. A él nunca le había costado demasiado trabajo madrugar, ni siquiera cuando era más joven, en aquellos años en los que uno intenta quedarse más tiempo dentro de las sábanas con el fin de que al cuerpo se le olvide que es la hora de levantarse para ir al colegio. Por ello, prefería esas horas en las que todavía no hace demasiado calor, sobre todo en aquella época del año, en la que Madrid se adelgaza de habitantes, y los rayos del sol se van hundiendo cada vez más sobre las calles solitarias. Sí, prefería esas horas matutinas, casi noctámbulas, porque también a Tim, su husky siberiano, se le hacía demasiado insoportable tener que hacer frente a ese calor del mediodía, con su largo pelo grisáceo, casi blanco, y con esos ojos claros, de color turquesa, casi transparentes.

            Cuando llegó a la plaza de Atocha, las mujeres de piedra que adornan la fachada del Ministerio de Agricultura parecía que le estaban sonriendo. Pero cuando miró en dirección al centro de la plaza y sus ojos se encontraron con el extraño monumento que recordaba la memoria de todos los fallecidos en los atentados terroristas del 11 de marzo, cuando vio ese enorme cilindro de cristal que conforma su parte superior, la parte que está visible desde la propia plaza,  no pudo evitar que una enorme ola de amargura y de tristeza le invadiera el alma. Todos los días se encontraba con ese monumento, y el monumento invariablemente le devolvía a la memoria recuerdos dolorosos, y por eso Andrés no había logrado acostumbrarse a su presencia. Pensó en lo absurdo del destino, escurridizo, escondido siempre de la mirada de todos los interesados. Pensó en todos aquellos hombres y mujeres que, como él mismo acababa de hacer pocos minutos antes, habrían estado aquella lejana mañana del mes de marzo de hacía siete años arreglándose, con el fin de poder llegar a tiempo para coger los trenes que les llevarían hasta sus puestos de trabajo, de todos esos jóvenes dispuestos a acudir a la universidad o a los institutos cercanos. Hasta Tim se dio cuenta de que la mente de ese hombre permanecía en esos momentos ocupada con algún recuerdo doloroso, y a pesar de que su olfato le decía que estaba ya próximo el parque, dejó por un momento de tirar de la cadena que le unía a su amo y permaneció extrañamente quieto durante unos minutos.

            Apresuró el paso para alejarse de aquel lugar. Avanzó por el paseo del Prado, bajo los enormes álamos centenarios que daban una sombra que aún no era necesaria para los paseantes, junto a la verja que cerraba por aquel lado el extremo del jardín botánico. Cuando se dio cuenta de que el lugar a donde iban estaba ya cercano, Tim apresuró el trote, de modo que Andrés casi tenía que correr si no quería que la correa del perro terminara por romperse. Y como hacía cada día, dobló la esquina cuando llegó al extremo del Museo del Prado. Recordaba todas las veces que había paseado entre sus salas, admirando las obras de Velázquez, de Goya, de Rubens. Sin embargo, hacía mucho tiempo que no había vuelto a entrar en el museo, desde el día ya lejano que lo había hecho por última vez de la mano de Sandra, aquella estudiante de historia del arte con la que había estado saliendo durante tres años inolvidables. Pero un día Sandra desapareció para siempre de su vida, y él ya no volvió a entrar nunca más en aquel museo que tantas veces había visitado con ella.

            Tim y Andrés se adentraron por fin bajo el quicio de la puerta de entrada al parque del Retiro, y en el momento que entraban, como cada día durante esas horas, les saludaron de forma casi inapreciable los bustos de bronce de algunos escritores importantes. Nada más estar dentro del parque, Andrés soltó a Tim y dejó que el animal corriera alegremente entre los arrayanes del parque, pero sin abandonar en ningún momento los paseos de tierra porque su dueño le había acostumbrado desde que sólo era una cría a no pisar la hierba de los jardines, los rosales y los macizos de petunias y de tulipanes, que en aquellos días calurosos estaban ya empezando a agostarse. Y desde la entrada siguieron avanzando a través de los paseos, todavía solitarios por lo temprano de la hora. En ocasiones el perro avanzaba demasiado deprisa, se alejaba de su dueño, y entonces se veía obligado a regresar, también a la carrera, y por un momento, agotado, se quedaba detrás de éste, mientras recuperaba el aliento, y se preparaba de nuevo para reanudar el galope.

            Dejaron atrás el lago, que en aquel instante, con el sol ya un poco más alto en el cielo le parecía a Andrés como la superficie pulida de un espejo. Todas las barcas estaban aún amarradas a la orilla, y los quioscos cercanos permanecían aún cerrados, aunque muy pronto volvería a recuperar su diaria actividad, y se llenarían de abuelos  y de nietos, ansiosos de saciar la sed con un refresco o con una lata de cerveza. Andrés dirigió entonces la mirada hacia el lugar en el que se alza el monumento al rey Alfonso XII, y ese regio conjunto monumental le pareció como un remedo de aquel otro que los romanos le habían dedicado pocos años antes a su propio monarca, a Víctor Manuel. Con nuevas sombras inquietándole en el alma, el hombre se alejó también de aquel lugar. No se dirigía a ningún lugar en concreto, sólo deseaba alejarse del extraño lago y del extraño monumento, y apenas pudo darse cuenta de dónde se encontraba ahora  cuando sus ojos se toparon con otro edificio singular, el Palacio de Cristal.

            ¿Cómo era aquél refrán ridículo que de manera tan fiel definía todo eso que a él le estaba pasando en ese preciso instante? Algo referente a salir de Málaga y entrar en Malagón, creía recordar…  El edificio había sido edificado en 1887 a imitación del Crystal Palace de Londres, con el fin de albergar en él la exposición de las Filipinas, que en aquellos finales del siglo XIX estaba intentando acercar a los españoles la vegetación típica de la colonia asiática. Rodeado también de un hermoso lago artificial poblado de hermosos ejemplares de cipreses, de esos cipreses denominados de los pantanos por los especilistas, había sido en tiempos un coqueto invernadero, transformado mucho tiempo después en una sala de exposiciones.

            Aunque la puerta de entrada a la sala se encontraba aún cerrada en aquel momento, a través de sus paredes transparentes de cristal, por el entramado de hierros y de mármoles que le servían de soporte, pudo entrever algunos de los cuadros que formaban la exposición que permanecía colgada en el interior del edificio durante esos días. No conocía el nombre del autor de aquellos lienzos, pero desde el puesto de observación que él ocupaba podía darse cuenta de que se trataba de uno de esos pintores modernos que realizan un tipo de pintura basado todavía demasiado en la escuela del pop-art, que pusieron de moda en los años cincuenta y sesenta artistas como Andy Warhol y Roy Lichtenstein. Aquello al menos hubiera sido lo que opinaría de esos cuadros Sandra si en ese momento ella estuviera allí, compartiendo con él ese airecillo fresco que todavía podía respirarse dentro del Retiro y las alegres carreras de Tim entre los setos de boj.

Quizá fuera por intentar hacer algo diferente, que le alejara definitivamente de aquellos lejanos recuerdos de Sandra, y de otros recuerdos mucho más recientes de los que estaba haciendo todo lo posible por olvidarse, pero que sin embargo permanecían machaconamente allí dentro, en el interior de su cerebro, por lo que cogió una rama del suelo y llamó por su nombre al perro, que en ese momento se había alejado demasiado del lugar en el que él estaba. Pocos segundos más tarde, el animal apareció por la línea del horizonte, ladrando alegremente, y cuando llegó hasta el lugar en el que se encontraba su dueño, éste arrojó con fuerza la rama dejos de sí, y esperó a que Tim se la devolviera. Una y otra vez Andrés fue tirando la rama hacia rincones diferentes del parque, una vez y otra el perro se la devolvía, moviendo la cola a un lado y a otro mientras regresaba con la rama, resoplando con fuerza y ladrando cuando su dueño intentaba quitársela de entre las fauces.

Así hasta que una de las veces Tim se paró muy cerca del lugar donde la rama le esperaba. Sin atreverse a cogerla con la boca, el animal empezó a ladrar con insistencia, con tanta insistencia que Andrés ya se había dado cuenta de que el perro debía estar oliendo alguna cosa extraña, diferente, que le impedía acercarse a ella. Y mientras caminaba con precaución hacia el lugar en donde Tim se encontraba plantado, una mueca mínima le asomaba al rostro, una mueca que hubiera podido pasar desapercibida a cualquier posible testigo de la escena si no hubiera sido porque en aquel momento en el parque del Retiro, al menos en aquella parte del parque, sólo permanecían ellos dos, el animal y el hombre.

Cuando llegó hasta el lugar en donde le esperaba el animal, Andrés tuvo que sujetarlo por el collar y alejarlo de allí. Después se adentró él mismo entre el follaje, buscando el lugar exacto hacia donde el perro estaba apuntando con sus ladridos desacompasados. Apenas le costó unos pocos segundos acostumbrar sus ojos a la mínima luz que había en esa zona del parque cuando lo vio. Primero fue una mano, extraordinariamente bien conservada a juicio del chico. Después se dio cuenta de que la mano estaba acompañada por su brazo, y finalmente, también por el resto del cuerpo, un cuerpo desnudo de mujer caído de espaldas sobre la hierba y la hojarasca dejada allí desde el final del último otoño.

La última sensación que Andrés tuvo de todo ello fue la mirada de la chica, una mirada perdida en un punto concreto del cielo, en una nube solitaria que en ese momento estaba cruzando por el horizonte. ¿Sería verdad lo que dicen algunas novelas policiacas, que lo último que una persona puede ver cuando se está muriendo permanece durante mucho tiempo impreso en el fondo de los ojos de la víctima, como si se tratara de una fotografía que poco a poco se va difuminando? Y en el caso de que ello fuera cierto, ¿qué escena estaría todavía viva en el interior de aquellos ojos glaucos sin vida?

 

 

            Dos horas después, el inspector Picavea se estaba colando por debajo de una cinta amarilla de tela que marcaba el lugar de la posible escena del crimen. Mientras caminaba con paso firme hacia el lugar en donde se había producido el hallazgo del cuerpo vio como se acercaba hacia él un agente uniformado al que ni siquiera conocía, y sin dejar a que el otro terminara de llegar a su lado, sacó del bolsillo de su americana la cartera, la abrió y le puso ante los ojos la documentación que le identificaba como funcionario del Cuerpo Superior de Policía. Ante un primer rayo de sol, el escudo de la policía brilló, deslumbrando por un momento a ese hombre que intentaba cortarle el paso.

-          Perdone, señor inspector. No le había reconocido.

-          No debes preocuparte por ello. Las ordenanzas no nos obligan a que tengamos que conocernos personalmente todos los defensores de la ley… ¿Quién se encuentra en estos momentos al mando de la investigación?

-          El subinspector Fernández le está esperando al lado del cadáver. Me ha dicho que le lleve hasta allí en cuanto venga. A propósito de ello, el forense y el juez de guardia todavía no han llegado.

Mientras Picavea era conducido hasta el lugar en el que su compañero le estaba esperando, fue registrando con la mirada, uno a uno, cualquier detalle que le pudiera resultar interesante, detalles que sin duda le podrían ser útiles después, en el transcurso de la investigación. Aquí y allá, desperdigados por todo el campo remarcado con la cinta amarilla, algunos hombres vestidos con un mono azul, y con guantes de látex en las manos con el fin de evitar que de manera involuntaria pudieran contaminar las pruebas encontradas, iban introduciendo en pequeñas bolsitas de plástico, algunos de los objetos que iban encontrando en el escenario: colillas sueltas de tabaco; restos biológicos que el asesino pudiera haberse dejado olvidado a la hora de cometer el crimen,… Eran los especialistas de la policía científica, quienes iban reuniendo y clasificando todas las pruebas encontradas antes de introducirlas a su vez dentro de un pequeño maletín de aluminio plateado. Después, en la soledad del laboratorio, tendrían tiempo suficiente para analizar con detenimiento cada una de esas pruebas, esperando a que su estudio pudiera arrojar a los investigadores nuevas luces sobre un asesinato tan absurdo como parecía.

En efecto, el subinspector se encontraba en ese preciso momento reclinado sobre el cadáver encontrado por Andrés, estudiando a su vez cada detalle de la chica y del lugar en donde el cuerpo se encontraba, mientras que otro policía de paisano, con una cámara fotográfica colgada del cuello, estaba sacando imágenes de todos los detalles que al otro le parecían de interés. A Picavea, el clic que hacía el obturador cada vez que el fotógrafo disparaba le parecía como la pequeña detonación de una pistola; todavía no se había acostumbrado a esa violación de la intimidad de la víctima, de cualquier víctima, a pesar de que era consciente de que en la manera actual de trabajar de sus compañeros, la impresión de todo lo que veían en un registro fotográfico era algo necesario.

-          Buenos días, Arturo. Ha sido ese joven que ahora se encuentra allí, apoyado en ese castaño de indias centenario, el que ha encontrado el cadáver a primera hora de la mañana, cuando el parque debía encontrarse aún sumido en la más absoluta soledad. En realidad, parece que estaba jugando con su perro, y fue el animal el que se encontró a la chica muerta y comenzó a ladrar de manera desaforada. ¿Quieres que te lo presente para interrogarle?

-          No, todavía no. Prefiero esperar un poco y ver antes lo que nos puede decir el forense. ¿No tienes idea de cuánto tiempo puede aún tardar en venir?

-          Parece ser que esta noche ha estado movidita en Madrid. Ha aparecido otro cadáver más, un hombre ya mayor, en el otro extremo de la ciudad, y ha tenido que ir él también a reconocerlo. Tendremos que tener un poco de paciencia.

Sin embargo, no había transcurrido demasiado tiempo antes de que dos hombres de mediana edad, elegantemente vestidos con trajes caros y calzados sin embargo con zapatos cómodos, zapatos preparados para andar por superficies difíciles e irregulares, se acercaban ya desde la esquina opuesta al lugar en donde ellos se encontraban, allí donde la policía lo había cercado todo aquello con esa cinta amarilla. Picavea conocía al médico, de otros casos que ambos habían compartido con anterioridad. Después de los saludos preceptivos, el subinspector se fue a poner al día al juez mientras dejaba que el forense, siempre al lado de Picavea, hiciera un primer examen superficial del cuerpo hallado por Andrés. Media hora más tarde, éste había dado por terminado ese primer examen; eso era todo lo que él podía hacer allí, con los escasos medios con los que contana en el propio escenario del crimen. Todo lo que podía hacer ya a partir de ese momento tendría que hacerlo en la propia sala de autopsias.

-          Lo primero que puedo decirte lo puedes ver tu mismo con tus propios ojos. Se trata de una chica bastante joven, de unos dieciséis o, todo lo más, diecisiete años. Cuando le haga la autopsia podremos saber con exactitud la edad de la chica. Por otra parte, el rigor mortis que presenta no es todavía demasiado acusado, lo que me hace suponer que apenas debe llevar muerta unas seis o siete horas, posiblemente desde las últimas horas de la noche de ayer o las primeras de la madrugada. La otra cosa que quiero decirte es más desagradable todavía: ya sabes que el cuerpo ha aparecido desnudo, despojado de la ropa, y ello me induce a pensar que ha sido objeto de algún tipo de violencia sexual antes de morir asfixiada, algo que por otra parte parecen demostrar las contusiones que, en un número abundante, presenta el cuerpo por todas partes, sobre todo por la parte del abdomen y de los muslos. Además, se aprecian algunas heridas superficiales en los dedos de las manos, de esas que los especialistas tendemos a considerar como heridas defensivas, lo que parece indicarnos que la chica intentó en todo momento defenderse durante el acto… Por ahora debes conformarte con esto. Tendré redactado el informe definitivo mañana mismo, cuando le haga la autopsia y pueda confirmar todas estas suposiciones. Te lo envío a la comisaría, como siempre.

Cuando Picavea se despidió del médico llamó a su subordinado, que ya había terminado también de hablar con el juez y procedía a ordenar el levantamiento del cadáver.

-          Está bien. Puedes decirle al testigo que estoy esperándole para charlar un rato con él. Pero sé cuidadoso cuando lo hagas. Recuerda que, al menos por el momento, se trata sólo de la persona que ha encontrado el cadáver de la chica.

 

            Desde que había aparecido el cuerpo de la chica cerca de uno de los setos del parque del retiro habían transcurrido ya diez o doce días, repletos de tensión en los que la investigación seguía estando aún tan atrasada como desde el principio. Tal y como el forense había prometido, su informe le había llegado al inspector Picavea al día siguiente al del luctuoso hallazgo, y si bien dicho informe confirmaba algunas de las suposiciones adelantadas por el patólogo en un primer momento, algunas otras habían sido descartadas.

            Así, la causa de la muerte había sido la repentina falta de oxígeno en los pulmones de la víctima, lo que unido a los pequeños hematomas que el cadáver presentaba en el cuello, más o menos a la altura de la tráquea, causados probablemente por una fuerte presión de unos pulgares, hacía pensar que la fallecida había sido estrangulada. El estado de conservación del cuerpo demostraba también que la muerte debía haberse producido sobre las diez o las diez y media de la noche. Por otra parte, el examen de los huesos hacía notar así mismo que la niña debía tener unos dieciséis años, tal y como se demostraría poco tiempo después, cuando se pudo confirmar la identidad de la fallecida; cuando se encontró el cuerpo tumbado sobre el césped ella no tenía ningún objeto personal encima, ni tampoco se pudo encontrar en las cercanías nada que pudiera haber pertenecido a la víctima. Sin embargo, el estudio detenido del cuerpo no había podido confirmar que la chica hubiera sido objeto de violación antes de ser asesinada. No había restos de semen en el interior de su cuerpo, ni tampoco sobre la piel. Por el contrario, daba la impresión de que las contusiones que en un principio habían visto en el vientre y en las piernas hubieran sido provocadas por un forcejeo entre la víctima y su asesino. Como era previsible por otra parte, tampoco había restos de alcohol, ni de ningún otro tipo de drogas, ni en el estómago de la chica ni en el resto de su aparato digestivo.

Por lo demás, muy poco era lo que desde ese momento se había podido averiguar sobre el caso. Gracias a una casualidad, la policía pudo saber la identidad de la víctima, cuando los padres de la chica fueron a la misma comisaría en la que estaba destinado Picavea dos días después de haber sido encontrado el cadáver, con el fin de denunciar la desaparición de su hija; cuando los padres le enseñaron al policía que estaba de guardia en el centro de recepción la fotografía de su hija, éste se dio cuenta inmediatamente del parecido que existía con las fotografías que se habían hecho de la chica hallada en el parque del Retiro y avisó de ello al subinspector Fernández, que a su vez avisó al inspector Picavea, quien desde un primer momento estaba llevando el caso. Se trataba de Sonia González Mesa, una estudiante de primer curso de bachillerato en un instituto del centro de Madrid que nunca había tenido relación con sucesos de ese tipo. Por supuesto, les preguntaron a los padres por qué habían tardado tanto tiempo en denunciar la desaparición de la hija, pero ellos contestaron que ella les había prometido que iría a pasar el fin de semana a la casa de una amiga.

-          ¿Cómo se llama esa amiga, y dónde vive? Comprenderán que debemos confirmar este hecho, pues puede estar de alguna forma relacionado con la muerte de su hija.

El padre les dio la dirección de la amiga, y los dos policías, sin mayor pérdida de tiempo fueron a hacerle una visita. A pesar del estado de nervios en el que la chica empezaba a encontrarse desde el momento que los dos hombres le confirmaron que eran policías, y sobre todo desde que ellos le informaron que su amiga había sido asesinada, ella les informó que era cierto que esperaba para el fin de semana anterior la visita de la chica, pero que ella nunca llegó a presentarse en su casa. Aquello no le había parecido extraño, pues pensaba que en el último momento sus padres habían cambiado de opinión, y no le habían permitido marcharse varios días de su casa.

 

Por otra parte, las investigaciones en el instituto en el que estudiaba la víctima no arrojaron ninguna luz, ni tampoco las que se hicieron en su entorno familiar. El caso seguía estando atascado cuando, dos semanas más tarde, Arturo Picavea se decidió a hacer una visita de cortesía a su amigo Hamete. Por supuesto, hablaron del caso, y en un momento de la conversación éste le preguntó al otro si habían interrogado a la persona que había encontrado el cadáver de la chica.

-          Desde luego. Yo mismo le interrogué una primera vez, en el propio lugar del macabro hallazgo, y una vez más, tres días después, volví a tomarle declaración entre las paredes de mi propio despacho. Pero de ninguna de las dos conversaciones, que por otra parte eran en líneas generales coincidentes, no pude entresacar ninguna conclusión provechosa. Él me ha asegurado una y otra vez que no conocía de nada a la víctima, que no la había visto nunca antes por aquella zona, a pesar de que él iba frecuentemente por allí, porque el parque del Retiro era el lugar preferido de su perro, ya que allí podía correr libremente durante media hora o tres cuartos de hora todos los días.

-          Bien. ¿Qué pensáis de su versión? ¿Os parece creíble?

-          En principio, yo no tengo por qué dudar de las palabras de ese hombre. Se trata solo de la persona que encontró el cadáver, no de ningún sospechoso, al menos por el momento. Creo que no tiene motivos para engañarnos.

-          No, eso está claro. Sin embargo, sabes que a mí me gusta decir siempre que las cosas no suelen ser como parecen a primera vista. Sólo una cosa más: ¿Sabes cómo se llamaba la chica?

-          Sí. Sonia González Mesa –Picavea le informó de la identidad de la fallecida mientras se despedía de su amigo y se disponía a abandonar la casa-. Si consigues averiguar alguna cosa nueva, no dudes en mantenernos informados. Sabes que todos en esta comisaría te estamos sumamente agradecidos.

 

Cuando el inspector abandonó la casa del detective, éste volvió a retomar la lectura del libro que había estado leyendo hasta el momento en que Picavea pulsó el timbre de su puerta; en esta ocasión se trataba de una novela de un escritor americano, de esas en las que abunda de forma gratuita las descripciones demasiado abruptas y detalladas, y el color rojo de la sangre derramada. Él normalmente no estaba demasiado interesado en ese tipo de novelas policiacas, pero algunas veces le gustaba leerlas para poder tener en cuenta en sus propias investigaciones otros puntos de vista diferentes. Por eso, Daniel ya no podía concentrarse en la lectura del libro: el asunto de la chica fallecida le volvía una y otra vez, y le obligaba a pesar que estaba obligado a hacer algo para encontrar al asesino de la chica. Encendió el pequeño ordenador que había en una de las esquinas del escritorio, y cuando comprobó que estaba conectado a internet, se dispuso a navegar por las redes sociales, esas redes que tanto se habían puesto de moda en los últimos años. Sabía que si la chica estaba de alguna forma conectada a la sociedad que la rodeaba, y seguramente lo estaría, alguna pista debía haber de ello en el proceloso mar de las redes sociales. Tecleó el nombre que el inspector le había dado, y al momento aparecieron en la pantalla diversos enlaces que, como un puzle de piezas desiguales, debía mostrarle, si era capaz de completarlo, muchos detalles interesantes sobre cómo había sido la rutina diaria en la vida de ella hasta el momento en que una persona desconocida se había presentado para cortarla de raíz.

-          ¡Eureka!

La exclamación de alegría que Hamete lanzó al aire en ese momento pudo ser oída incluso desde el exterior de la habitación. Uno de esos enlaces le había hecho notar, cuando pulsó sobre él, como sus propios transistores, esos que había dentro de sus neuronas qur se conectaban entre sí. Era algo que le sucedía cada vez que descubría alguna cosa importante, algún detalle relacionado con el caso en el que estuviera trabajando en cada momento, y supo que la solución a ese nuevo enigma que la policía acababa de llevarle hasta su casa podía encontrarse cerca. En aquel momento Sonia le estaba sonriendo desde la pantalla de su ordenador, y a él le parecía que aquélla era la sonrisa de un ángel. ¿Quizá le sonreía porque ella también sabía que podría confiar en él, que de verdad estaba capacitado para averiguar quién era el que le había asesinado? Había sido guapa la chica, desde luego, y Daniel estaba seguro de que con ese rostro tan bien hecho, con esos ojos verdes que miraban con desinteresada intensidad y con ese pelo rubio como el oro, Sonia debía haber sido bastante popular entre sus compañeros de clase. Sin embargo, lo más importante de aquella fotografía, al menos para él no era el rostro de la chica, sino algo o alguien que se encontraba a su derecha. Sí, no cabía ninguna duda. Era él, el joven que estaba representado en la otra fotografía que Picavea le había entregado, la de la persona que había encontrado el cadáver de la chica, quien estaba a su derecha, sonriendo también como ella. Sujetaba a Sonia por la cintura, con un aire de suficiencia y de dominio. Aunque estaba seguro de que no lo necesitaba, fue a buscar la imagen de ese joven que Picavea le había dejado sobre la mesa, junto al resto de la documentación relativa al caso, y entonces pudo confirmar que se trataba de la misma persona.

-          Nicoletta…

-          No hace falta que grites, Daniel. Ya estoy aquí. Aunque no te dabas cuenta, he podido escucharte hace un momento, y he comprendido que me necesitabas. He comprendido que estás sumamente excitado, algo que sólo te sucede cuando sabes que estás a punto de resolver un caso. También sé que en esos momentos sueles necesitar de mi trabajo, cómo lo diríamos,… especializado, de campo –siguió diciendo ella, con un aire un tanto irónico-. Por ello me he apresurado a venir incluso antes de que me llamaras.

-          Bien, Nicoletta. Escúchame atentamente. Observa esta fotografía. Ésta es la persona que encontró el cadáver de la chica del Retiro –mientras le hablaba, le señaló la imagen del joven sobre la pantalla de cristal del ordenador y después, también, la fotografía que Picavea le había dejado.- Necesito que investigues en su barrio, entre su familia, en la universidad en donde estudia, y que averigües todo lo que puedas sobre su vida diaria. Recuerda, cualquier detalle podría ser de vital importancia.

-          ¿Quieres decir que esa persona, además de haber encontrado el cadáver, puede ser también el asesino? Eso es algo que no es demasiado usual.

-          No estoy seguro de nada. Sólo de que por algún motivo él ha intentado engañar a la policía. Nosotros sólo debemos averiguar cuál es ese motivo.

 

Tres días después, Nicoletta ya había sido capaz de encontrar la información suficiente sobre la persona que, jugando con su perro en el parque del Retiro, había encontrado el cadáver de la chica, tanta como para que Jamete, después de haber sido puesto al día por la chica, estuviera seguro de que podrían cerrar definitivamente el caso en muy poco tiempo. No sabía aún por qué Andrés había intentado engañar a la policía, eso era cierto, pero estaba seguro de que él mismo se lo diría en cuanto Hamete pudiera hablar con él. Cuando Nicoletta terminó de contarle todo lo que durante esos tres días había averiguado, el detective no dudó ni un segundo en descolgar el auricular del teléfono y llamar a su viejo amigo, el inspector de la policía.

-          Hola, Picavea –mientras empezaba a hablar pulsó la tecla que abría la función de manos libres del teléfono-. Necesito que me hagas un favor. Quisiera que te pasaras por aquí lo antes posible. Hemos hecho un descubrimiento que supongo que te interesará.

-          Creo adivinar que se trata de algo relacionado con el caso de la chica del Retiro.

-          Ya sabes que no me gusta hablar por teléfono, y menos de estas cosas. Cuando vengas por aquí te lo contaremos todo… ¡Ah! Quiero que vengas acompañado por ese tal Andrés… como se llame. Sí, ya sabes, la persona que encontró a la chica asesinada.

-          ¿Quieres decir que ese hombre está relacionado con el caso, ya me entiendes, que está relacionado también de manera directa con los propios hechos, no sólo por ese dato inocente de haber descubierto el cadáver?

-          Lo sabrás todo a su debido tiempo, cuando los dos os halláis presentado aquí. Quiero hacer las cosas a mi modo, como siempre. Quizá no sea la mejor forma de hacerlo, quizá sea verdad que esa manera de trabajar entraña algunas dificultades, y que si las cosas no salen como esperamos, corremos algunos riesgos que pueden dar al traste con la operación. Pero sabes también que yo confío bastante en mi propia suerte, y que hasta el momento, ésta aún no me ha traicionado.

-          Está bien. Nunca nos has fallado, y mientras todo siga así creo que debemos seguir confiando en tu intuición. Por cierto, ¿qué quieres que le diga al testigo?

-          De momento no debes decirle nada importante. Sólo que a partir de nuestras investigaciones nos han surgido algunas dudas que parecen estar poco en concordancia con algunos aspectos de su declaración, y que tan sólo queremos confirmar algunos datos, nada de verdadera importancia. Sólo unos pequeños detalles casi irrelevantes. Pero sobre todo, debes intentar tranquilizarlo, que no se muestre nervioso, que no piense en ningún momento que no confiamos en su versión de los hechos –y ante el silencio que brotó desde el otro lado de la línea telefónica, Jamete siguió hablando-. Por cierto, la otra vez que estuviste en esta casa me comentaste que cerca del cuerpo de la chica se encontró una colilla de cigarro, ¿no es así? Una colilla de una marca que, por cierto, creo que es la misma que fuma ese hombre.

-          Sí, pero se trata de una marca de tabaco muy corriente, de la que fuma mucha gente en Madrid. Lo siento, pero todavía no la hemos podido someter al estudio del ADN, y aunque lo hubiéramos hecho, no podemos pedirle al testigo que deje que le extraigan un poco de sangre o de saliva para compararla con el ADN de la colilla; sospecharía. Tampoco podemos, con las escasas pruebas que tenemos, solicitarle al juez que nos autorice a hacerlo por los conductos oficiales. Además, en el caso de que las dos cadenas coincidieran, ese dato sólo demostraría que el joven se encontraba en la escena del crimen en algún momento entre las últimas horas de la tarde en que se produjo el asesinato y la mañana del día siguiente, algo que ya sabemos, por cierto. Ese hombre muy bien pudo haber arrojado al suelo la colilla unos minutos antes de  encontrar el cuerpo de Sandra.

-          Tienes razón, pero a mí me gusta confirmar todos los datos que nos encontramos, y si puede ser por dos vías diferentes, mejor. Ya sabes, os espero a los dos aquí, pero llámame como una hora y media antes, para que me de tiempo para ir preparando mi propio escenario.

Aquel mismo día, por la tarde, Hamete recibió la visita que estaba esperando. Nicoletta hizo pasar a los dos hombres a una especie de sala de estar que estaba situada en el lado opuesto de la habitación de trabajo del detective. Y mientras que el policía y el joven se sentaban, ella sacó del aparador una botella de vino tinto y dos copas vacías. Empezó a llenar una de las copas con el líquido bermejo que manaba de la botella, y mientras tanto se dirigió al policía.

-          Inspector Picavea… El señor Hamete desea hablar una cosa con usted en privado. Creo que no es algo que pueda estar relacionado con el asunto de la chica  –Mientras hablaba, expió con la mirada la expresión de los ojos del otro hombre; esperaba que éste siguiera mostrándose seguro, que no sospechara que los otros estuvieran tramando algo contra él, con el fin de evitar que pudiera intentar escaparse mientras que los dos investigadores estaban reunidos en el despacho-. Dice que es algo urgente. No le importa esperar un poquito más, ¿verdad, señor Rodrigo? Sólo serán unos minutos.

                   Andrés Rodrigo dirigió a la muchacha una mirada de consternación, de ansiedad, pero Nicoletta supo en ese momento que esa mirada no había sido causada por la sospecha. Las palabras del joven se lo confirmaron.

-          Lo cierto es que tengo un poco de prisa, pero creo que este vino que me ha servido es tan bueno que bien vale un ratito de sosiego y de tranquilidad. No se preocupen por nada; sabré esperar su regreso con tan grata compañía.

-          Ya digo que serán sólo unos pocos minutos. Si se le vacía la copa, por favor, no dude en volver a llenarla.

En compañía de Nicoletta, y sumido en un mar de dudas, Picavea abandonó la habitación y se encaminó al despacho de Hamete a través de un pasillo alargado y estrecho. Cuando llegaron a él, Niocoletta abrió la puerta y dejó entrar primero al policía. Después entró ella también y, una vez dentro, la volvió a cerrar a su espalda.

-          Buenas tardes, querido Diego. Debes disculpar que te haya hecho venir de esta manera tan enigmática, pero tengo que ponerte al día de los últimos acontecimientos en muy poco tiempo. No debemos dejar que nuestro hombre pueda llegar a sospechar, a tener siquiera una leve idea de lo que está haciendo aquí… Bien, quiero antes de nada que veas una fotografía, algo realmente interesante.

Hamete giró la pantalla del ordenador hasta un punto en el que el policía también era capaz de ver la imagen que aparecía tras el cristal de la misma. Entonces, con un gesto efectista, pulsó una de las teclas y la pantalla se iluminó, mostrando una  fotografía, aquella misma fotografía que Hamete y Nicoletta ya habían visto también algunos días antes y que les había puesto sobre la pista del asesino. Ante los ojos de asombro del inspector, el detective siguió hablando.

-          Si no recuerdo mal, ese hombre os ha estado diciendo que no conocía a la chica, que no la había visto nunca antes de encontrársela sin vida aquella mañana en un seto del Retiro. Sin embargo, tal y como puedes ver, ese hombre os ha estado engañando. Yo no sé si es culpable o no lo es del terrible asesinato de Sonia, pero de lo que no hay ninguna duda es de que por alguna extraña razón os ha mentido. Y eso es precisamente lo que estoy dispuesto a adivinar de su boca esta misma tarde: los motivos que le han movido a ese hombre a mentiros de una manera tan descarada.

-          Sin embargo, y aunque es cierto que estos nuevos datos podrían hacer cambiar el estatus de ese hombre en el seno de la investigación, de ser un simple testigo a ser uno de los principales sospechosos del crimen, ese hecho no demuestra por sí mismo que fuera él quien cometiera el asesinato. Si queremos seguir en esta línea, debemos encontrar más pistas que lo incriminen definitivamente.

-          Es que hay algo más que todavía no te hemos dicho; no sé si será suficiente para mandarlo a la cárcel, eso es algo que como profesional debes juzgarlo tú. Por favor, Nicoletta, cuéntale al señor inspector lo que me has contado a mí esta misma mañana.

La chica tomó entonces la palabra, y mientras hablaba, el rostro de Arturo Picavea se iba iluminando poco a poco porque cada vez estaba más seguro de que el caso de la pobre chica estaba ya prácticamente resuelto, que sólo faltaban rematar algunos flecos que, quizá, podrían ser incluso rematados en unos pocos minutos, si abordaban de manera acertada la entrevista con ese hombre que en la habitación contigua les estaba esperando. La chica le informó que la víctima había sido vista varias veces, en los días anteriores a su desaparición, en la misma universidad en la que estudiaba ese joven, a pesar de que sólo tenía edad para estar aún en el instituto. Además, había sido vista muy cerca de la facultad en la que él cursaba sus estudios, y en la zona del campus por la que él solía moverse. Le informó también de que algunas veces los habían visto a los dos juntos, la chica de la mano de él, y que la relación que ambos mantenían era una relación extraña, en la que no faltaban a menudo las discusiones pasadas de tono, discusiones que algunas veces acababan, incluso, con algún hematoma surcando alguna parte del cuerpo de la chica. Y le informó, incluso, que él iba diciendo por ahí que había conseguido que la chica se hubiera sometido por completo a la voluntad de él, hasta el punto de que haría cualquier cosa que él se lo pidiera, que obedecería cualquier antojo que a él se le ocurriera pedirle.

-          Bien. Ya es suficiente con esto –terminó diciendo Nicoletta.- Aunque algunos de mis informadores me aseguraron también de que a ese chico le gusta demasiado el vino, no queremos que se beba toda la botella con la que acabamos de tenderle la trampa. Podría cansarse de esperar y marcharse.

Atravesaron juntos el despacho del detective, y regresaron a la otra habitación. Dentro de ella, los ojos del joven brillaron con un mínimo destello de borrachera, aunque su voz y el resto del cuerpo permanecían serenos y firmes.

-          Espero que me digan de una vez por todas los motivos por los que me encuentro aquí, retenido en contra de mi voluntad. Supongo que no habrá sido sólo para tomar una copa de vino.

-          No desde luego; supongo que ya lo ha adivinado. Sólo queremos hacerle una pregunta, buscar la solución para una cosa sin importancia que no terminamos de comprender –y después de haberse atraído la atención del otro joven, Hamete siguió interrogándole, ahora con más brusquedad que al principio.- Por favor, señor Rodrigo, don Andrés Rodrigo se llama, ¿verdad? Sólo quisiera que me respondiera con sinceridad a una pregunta muy sencilla. ¿Por qué en su primera declaración mintió a la policía? ¿Por qué volvió a mentirle unos días después, cuando volvió a testificar en la propia comisaría?

-          ¿Cómo dice? Les prometo que no les entiendo. Yo no les he engañado en ningún momento. No sé a qué se refiere.

-          Es muy sencillo –ahora era Picavea el que tomaba el relevo de la conversación-. Nos ha dicho que Sonia y usted no se conocían de nada, y sin embargo hemos encontrado en internet alguna fotografía en la que aparecen ustedes dos juntos, y por lo que se ve en esa fotografía los dos se encontraban en una situación un tanto, digamos, cariñosa. ¿Sigue afirmando ahora que usted no la había conocido a ella con anterioridad?

La expresión se transformó en el rostro de Andrés con brusquedad. Sentía que había sido pillado por aquellos dos sabuesos, y que a partir de ese momento debía andar con pies de plomo, que debía tener mucho cuidado con lo que decía. Registró en su memoria lo que le había contado a la policía en su primera declaración, también en aquella segunda vez que tuvo que testificar en la propia comisaría, con el fin de intentar encontrar alguna salida viable en el atolladero en el que se encontraba en esos instantes. Pensó que, a pesar de todo, aún no estaba perdido, que en realidad esos hombres quizá no habían visto en realidad esa fotografía de la que hablaban, de cuya existencia él ni siquiera había oído hablar, y que lo único que ellos estaban intentando era que él mordiera el anzuelo que le estaban tendiendo, que se dejara atrapar absurdamente. Sin embargo, ¿y si era verdad que esa foto existía? Maldita Sonia, con su pasión desmedida por el internet y por las redes sociales. ¿Por qué no había pensado antes que ella podría haber colgado alguna imagen de los dos juntos en uno de esos perfiles que compartía con diversos amigos cibernéticos en esas dichosas redes sociales a las que era adicta? Aunque los policías no hubieran dado con ellas, seguro que existía más de una foto de ellos dos juntos navegando por la red. Las palabras de Hamete le sacaron otra vez de sus propios pensamientos.

-          Además, tenemos testigos que les han visto a ustedes dos juntos en situaciones un tanto delicadas. ¿Qué tiene que decir a todo ello, señor Rodrigo?

            Andrés supo desde ese momento, ahora sí, que todo estaba definitivamente acabado. Con lágrimas en los ojos, y sintiéndose acosado por las palabras de los dos investigadores, decidió que ya todo había terminado, y que tan sólo le quedaba la libertad de poderles confesar su propio pecado. Confesó que Sonia y él se habían conocido a través de internet, por mediación de una página de contactos relacionada con una de esas redes sociales. Confesó, también, que pocos días después de ello tuvieron su primera cita en la vida real, y que ya desde aquel primer encuentro él se había dado cuenta de que la chica era más bonita que en la fría pantalla del ordenador. Aunque todo había comenzado como una pequeña broma por parte de él, aquella chica le recordaba demasiado a su antigua novia, Sandra, quien le había abandonado unos dos o tres años antes, siguió diciéndoles, y por ello ya no fue capaz de quitársela ni por un momento de la cabeza. Desde entonces habían salido a tomar unas copas o a cenar, solamente a cenar, siguió insistiendo él a pesar de que esos testigos les habían llegado a ver en alguna ocasión en actitudes más comprometidas que, desde luego, no habían pasado, según el propio Andrés, de algunos tocamientos indiscretos.

            Ante las palabras del joven, Picavea se vio obligado a interrumpirle.

-          ¿Y tú no te dabas cuenta de que esa chica era menor de edad, y que podías estar metiéndote en un lío?

-          Que yo sepa, no es delito cenar o tomar una copa con una chica, aunque ella sea menor de edad; en todo caso, hasta ese momento lo único que yo estaba haciendo mal era que, según la ley, yo no debía dejar que tomara alcohol, pero eso tampoco es demasiado importante, ¿no es cierto? Además, aunque según su carnet de identidad ella no era aún mayor de edad, mentalmente era más madura que muchas de mis compañeras de la universidad. Los dos estuvimos saliendo juntos muchas noches, es cierto, pero les juro que nunca hicimos nada más que eso. Varias veces intenté pasar a mayores, pero ella nunca accedió. La noche del asesinato yo había intentado llevarla a la cama una vez más, pero ella volvió a negarse de nuevo, y esa noche yo no sé qué fue lo que se me cruzó por la cabeza, señor inspector. Esa noche me volví loco y le golpeé varias veces, la golpeé en el vientre, en las piernas, en los brazos, hasta que al final, como ella seguía sin obedecerme, no pude resistirme y la maté. Después le quité la ropa, pero en realidad tampoco quería violarla ahora que ella no podía defenderse. Sólo quería con ello poner pistas falsas a la policía, que vosotros pudierais pensar que el asesino había sido alguno de esos delincuentes sexuales, uno de esos esquizofrénicos acostumbrados a los entretenimientos sadomasoquistas. También con el único fin de confundir a la policía fue por lo que me hice el encontradizo con el cuerpo a la mañana siguiente, por lo que hice todo lo posible para que fuera yo mismo quien se encontrara primero con el cadáver. Como sin duda sabéis, me conozco el Retiro como si fuera la palma de mi mano. Sabía que allí donde la había abandonado la noche anterior sería muy difícil que alguien pudiera hallarla antes de que yo llegara a la mañana siguiente. Y aunque me viera alguien demasiado madrugador, nadie se extrañaría demasiado por encontrarse con un joven con un perro en un parque público, a pesar de lo temprano de la hora, sobre todo si ese joven suele ir por allí casi todos los días. Y ello me permitiría, además, tener una coartada perfecta en el caso probable de que, sin querer, hubiera dejado alguna pista cerca del cadáver.

Cuando terminó su discurso, Andrés notó como un sentimiento de tranquilidad, de libertad, le invadía el corazón: Por eso, nada más terminar de hablar, sin mostrar resistencia al policía, se dejó conducir por Picavea hacia el exterior de la vieja casa de Hamete. Un leve cosquilleo se posaba sobre sus muñecas, unidas por la espalda, a la altura de la coxis, por unas frías esposas de metal plateado. 

 

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